El realismo, dice
Jakobson, fue un término que tuvo bastante mala suerte, ya que al ser utilizado
con bastante soltura terminó por significar varias cosas a saber: a) término
utilizado para las obras que el autor propone como verosímiles; b) término
aplicado a las obras que son juzgadas por lectores y críticos como verosímiles;
c) una corriente artística y literaria surgida en el siglo XIX.[1]
El realismo como movimiento.
Si bien es
verdad que hay obras antiguas que podrían ser catalogadas de “realistas”, la
realidad es que ciertos usos del lenguaje (como la escritura en verso, por
ejemplo), el uso intensificado de la metáfora, el simbolismo, la alegoría, la
parábola, etc., acentuaban el carácter artificioso de lo literario. Sin
embargo, en el siglo XIX apareció un invento que lo revolucionó todo: la cámara
fotográfica. Si bien hoy convivimos con ella y es parte vital de nuestras redes
sociales, en su origen brindó la posibilidad de captar la realidad “tal cual
era”. Más allá de que podemos poner en duda esta afirmación, la verdad es que,
de alguna manera, este dispositivo permitía captar de una forma menos subjetiva
el mundo. Por lo que su existencia impactó directamente en las artes de la
época, incluida la literatura.
Pero este
hecho, se da a la par del afianzamiento y fortalecimiento de una nueva clase
social: la burguesía. Tanto Rest[2]
como Auverbach[3]
sostienen que, si bien la situación social de la época lejos estaba de ser
loable, el realismo parece asociarse a un enfoque optimista en cuanto a la
posibilidad de reformar y mejorar la organización y la calidad ética y moral de
la sociedad. De hecho, el realismo como movimiento se erige en contra del
romanticismo, otro movimiento que ante la decadencia social se evade por medio
de la introspección o la migración hacia espacios más bucólicos.
Es por esto
que, siguiendo a Jaime Rest, “(…) el texto realista debe estimular una actitud
crítica con respecto a la sociedad que representa.” Es decir, que más allá de
las expectativas propias de la clase que encabezó el movimiento, los textos no
son un simple documento histórico, un retrato costumbrista o un elogio a la
época. Continuando con lo enunciado por el crítico “Este es el valor primordial
que Bernard Shaw y Bertolt Brecht han atribuido al realismo: no demorarse en la
minucia descriptiva sino propiciar una actitud crítica, aunque para lograr este
propósito deba apelarse a la exageración o la caricatura de los sucesos…”[4]
El realismo como efecto.
En Mímesis, texto fundamental para entender
el realismo, Erich Auerbach explicita distintos aspectos y estrategias del
realismo en relación a las obras más relevantes del movimiento en Francia.
Toma, por ejemplo, Rojo y negro de
Stendhal y a raíz de una escena asegura que “sería casi incomprensible sin el
conocimiento preciso y minucioso de la situación política, de las clases sociales
y de las circunstancias de un momento histórico bien determinado(…)”[5].
Es por eso que, en lo sucesivo, hace hincapié en la importancia del aspecto
temporal de la obra realista, y manifiesta la importancia de la coherencia
entre la forma en que se desenvuelven los personajes en base a las normas
culturales propias de la época situada como se puede observar en la siguiente
cita:
“Como vemos, los caracteres, las
actitudes, las relaciones de los personajes están estrechamente ligados a las
circunstancias históricas de la época. Sus condiciones políticas y sociales se
hallan entretejidas en la acción de una forma tan real y exacta como en ninguna
otra novela y en general, en ninguna obra literaria anterior, ni siquiera en
los ensayos de carácter pronunciadamente político-satírico.”[6]
Dependiendo la
obra, destaca, asimismo, los aspectos hitoricistas o biologicistas introducidos
en ellas a fin de generar cierto marco de verosimilitud. Pero quizás más
evidente sea la utilización del retrato, es decir, del uso de la descripción
para enmarcar a un personaje en un lugar determinado y destacar la armonía o
coherencia entre su persona y la habitación en la que se encuentra[7]
La descripción
es central en este tipo de relatos o, al menos, así lo plantea Roland Barthes
en “El efecto de realidad”[8].
Si bien ésta a veces es percibida como “relleno” u “ornamento”, él considera
que “la singularidad de la descripción dentro de la trama narrativa, su
aislamiento, apunta a una cuestión que reviste mayor importancia para el
análisis estructural de los relatos”. En este caso, la descripción se apoyaría
en la idea de evitar dejarse arrastrar hacia una “actividad fantasiosa” y
apelaría a la idea de “ilusión de referencia”, en otras palabras, haciendo foco
en la relación semiótica significante-significado-referente, ante la ausencia
del referente de manera denotativa, lo real reaparecería desde la connotación.
Creo que, en este sentido, es bastante esclarecedora la cita que hace el propio
Barthes del pensador Nicole que dice: “No hay que mirar las cosas como son en
sí mismas, ni tal como las conoce el que habla o escribe, sino sólo en relación
con lo que saben los que leen o escuchan”. En esta misma tónica Auerbach
insistía en que el realismo no toma sus materiales de la imaginación, sino de
la vida real tal como se presenta en cualquier parte.
En resumen,
podríamos decir que el realismo, más allá de las características iniciales del
movimiento suscitado en el siglo XIX, es un efecto discursivo producido por una
serie de estrategias que buscan imitar y emular las normas de nuestro mundo, de
forma tal que sostienen una alta coherencia entre la construcción
espacio-temporal y la forma armónica en que los personajes se desenvuelven en
ese contexto. Para ello, la descripción juega un rol clave más allá de su valor
estético.
El problema del realismo.
En varias
oportunidades hemos afirmado desde este rincón que por más realista que sea una
obra nunca refleja una realidad objetiva, como toda ficción, está teñida de la
subjetividad del autor. También nos hemos preguntado, en función de la concepción
de Flaubert (escritor circunscripto al realismo) de que el arte debía decir la
Verdad, si es posible decir “la Verdad” por medio de la ficción.
El autor
argentino Ricardo Piglia sostiene que “La ficción trabaja con la verdad para construir un discurso que no es ni
verdadero ni falso. Que no pretender ser ni verdadero ni falso. Y en ese matiz
indecidible entre la verdad y la falsedad se juega todo el efecto de la
ficción.”[9]
Entonces, como
dice Todorov[10], “ya
no se trata de establecer una verdad (lo que es imposible) sino de
aproximársele, de dar la impresión de ella, y esta impresión será tanto más
fuerte cuanto más hábil sea el relato.
Sin embargo, a
lo largo del tiempo, los textos de carácter realista, han tenido distintos
matices. Por su carácter, optimista y reformador, a la vez que crítico, han
sido útiles en la comprensión y asimilación, así como en la reflexión y la
denuncia en distintos procesos históricos, como la Revolución mexicana o los
procesos migratorios en Argentina.
Por otra parte,
han manifestado su fe en la ciencia y la justicia (o la pérdida de ella) en
subgéneros habitualmente asociados al realismo como el policial de enigma o el negro[11],
que más allá de su verosimilitud, lo artificioso de la eficacia del método
hipotético-deductivo podría poner en duda el carácter mimético del género.
Cuentos como
los que se hallan en Tinieblas de
Castelnuovo a El libro de los afectos
raros de Gamerro, con una impronta un poco más psicológica, nos llevan a sensaciones
imprevistas y nos corren de los supuestos tradicionales sobre el género.
No somos
Madame Bovary, y no confundimos la literatura con la realidad, pero es probable
que muchas veces deseemos que los textos de este tipo lleven la tranquilizadora
advertencia: “Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.”.
[1] Jakobson,
R. Teoría de la literatura de los
formalistas rusos, “El realismo artístico”, Siglo XXI editores, Buenos
Aires, 1976
[2] Rest,
J., Conceptos de literatura moderna, Centro
editor de América Latina, Buenos Aires, 1979
[3] Auerbach,
E., Mímesis: la representación de la
realidad en la literatura occidental, Fondo de cultura económica, México,
1950
[4]
Op. Cit. Pg. 130
[5]
Ibíd. Pg. 427
[6]
Ibíd Pg. 429
[7] Ibíd.
pg. 442
[8]
Barthes, R., Escuela práctica de altos
estudios, “El efecto de realidad”, Paris, 1968
[9] Piglia,
R., Crítica y Ficción, “La lectura de
la ficción”, Seix Barral, Buenos Aires 1984
[10] AA.VV.,
Lo verosímil, Editorial Tiempo
contemporáneo, Buenos Aires, 1970
[11]
Es posible ver la modalidad policial en géneros como la ciencia ficción , el
fantástico, el maravilloso o, incluso en retrospectiva, el teatro clásico, sin
embargo, en su origen, el policial como género, y no como modo, es, a mi
criterio, netamente realista. Obviamente, se podría debatir, de hecho, críticos
como Piglia extienden la idea del policial a esferas mucho más amplias.
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