Mientras compañías como Google y Microsoft, ganan millones hundiendo, desarrollando, boicoteando, comprando y vendiendo plataformas y aplicaciones de videoconferencia como Zoom, Cisco Webex, Meet, Jitsi, y aledañas, yo me sumo en la misma desesperación que Súper Sónico sentía cuando su jefe se le aparecía en el megamonitor de su despacho laboral en la serie de Hanna-Barbera. Y es que mi primer contacto con estos programas no ha sido otra cosa más que conflictiva. Y perdón si peco de literata mediocre pero…
“Todo comenzó una mañana cuando en la pantalla de mi celular de gama alta pero de dos temporadas atrás aparecía el alerta de un mensaje de Whatsapp proveniente de uno de los tres mil quinientos ochenta y ocho grupos de las escuelas en las cuales trabajo. Sí señores, “escuelas”. Porque cuando uno es docente de secundario, la burocracia te da fiaca y las escuelas privadas no quieren tener horas libres o pagar muchos sueldos extra ante una posible licencia por embarazo… tu horario queda dividido entre muchas miles de instituciones que hacen con él lo que se las da gana por más que el Ministerio de educación aliente la concentración horaria. Pero volviendo al tema: ese día apareció un mensaje. El mensaje. El del “Equipo directivo” el que “alentaba” al uso de una nueva plataforma de videoconferencia. Cual meme de los Simpsons, el mensaje apareció en otro grupo, esta vez “instando” al equipo docente a realizar una capacitación para utilizar una plataforma de videoconferencia con la que ya habían establecido un acuerdo para que nos acompañara mientras durara este sedentario período de caos.
Como buena hija de familia abogadil, me pregunté sobre las posibles problemáticas a surgir ante la aparición de menores de edad con una persona adulta en un espacio virtual, la posible difusión de mi propia imagen y la violación al artículo 19 de la constitución nacional. Como buena geek me surgieron dudas con respecto a la fiabilidad de los cortafuegos, los antivirus y la paranoia de los hackers y posibles educandos perversos polimorfos. Como buena ciudadana que paga sus impuestos y vive en un dos ambientes con un ser humano más (docente también y profesional de la salud), una perra y una gata, me pregunté cuánto de mi intimidad estoy dispuesta mostrar y cuánto a ver de la ajena.
En algún momento me imaginé como Gendou Ikari ante el consejo de Seele. Pantallas negras y yo en la penumbra hablando. Sin embargo, todo me parecía invasivo y digno de una novela de Orwell. Es así que dispuse de toda mi retórica aristotélica proveniente de la sagrada Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires para negarme a esta herramienta pedagógica poco democrática y elitista que dejaba fuera a los desposeídos y las desposeídas de dispositivos electrónicos e incluso a aquellos y aquellas que confiando en la fiabilidad del buen celular habían renegado de la computadora, la Tablet y la notebook. Obviamente, gané. En el nombre de Filo, la UBA, Puán y amén. Más allá de que además dije toda mi perorata en medio del llanto más depresivo e histérico que la cuarentena pudiera generar. Obviamente, tuve que ceder cuando un mes después, me salió el permiso de mudanza y mis cuatro ambientes permitían que no importunara a mi pareja y animales de compañía, las empresas mejoraron la seguridad de sus dichosos programitas y la posibilidad de grabar las clases democratizó en parte la cuestión del dilay comunicativo.”
Más allá de la crisis existencial que me provocó la videocoferencia, debo reconocer que me llegan mensajes de algunos/as estudiantes que ven en los breves encuentros un espacio de interacción humana por fuera de sus familias. Al mismo tiempo, allegadas/os hablan de que los horarios de las clases virtuales les han permitido organizarse mejor.
Si alguien me pregunta hoy sobre esto mi respuesta es la siguiente: es una herramienta más pero no la única. Los videos grabados ya sea de las clases o de YouTube son más respetuosos de los horarios propios y metabólicos de los educandos y educadores. Las herramientas de quiz y flashcard como H5P, Quizalice, Kahoot, los muros al estilo Murally y Paldlet, incluso, las redes sociales, son hoy herramientas pedagógicas fuertes que también son eficientes en un contexto de conectividad baja y que además apelan a otras inteligencias más allá de la lógica y la lingüística tan adoradas por la escuela y alientan a la gameificación de los contenidos.
Pareciera que fue ayer que los equipos directivos todavía renegaban del uso del celular en el aula. Creo que la cuarentena simplemente nos obligó de buenas a primeras a abrazar la abyección que podía llegar a generarnos la tecnología. Y es que por lo menos yo no puedo volver al aula y olvidar todas las herramientas que incorporé en menos de un mes; no puedo olvidarme y tirar a la basura todo el material que con tanto esfuerzo y cariño hacia mis estudiantes preparé; no puedo cerrar las puertas que abrí ni las ventanas ni los muros que derribé.
Las plataformas virtuales que parecían un dato de color lindo para que los padres, madres y tutores pagaran una cuota más alta en la privada o valoraran un poco más la escuela pública hoy son un hecho y una parte más de la estructura escolar. Renegar de ellas, decir que no las entienden o que perdieron las claves es, hoy en día, signo de necedad y falta de voluntad. Porque si podés hacer un TikTok, podés anotarte la maldita clave y entrar a la maldita aplicación, que de maldita no tiene nada porque cada vez son más instintivas y amigables.
Quizás, hablar sobre esto merezca un libro y no unas simples palabras en un blog, pero como dice la canción de los Redondos “el futuro llegó hace rato”, ahora es el momento de enfrentarlo y vivirlo sin enaltecer las opciones que sólo buscan emular pedagogías ancestrales y darles a todas y cada una de las herramientas adquiridas el valor y el lugar que se merecen con las reflexiones pertinentes a la hora de aplicarlas.
Por Agus A.
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