“Empatía” es una palabra tan de moda y que, a la vez, designa un concepto tan poco aplicado.
La falta de empatía en las instituciones educativas privadas (hablo de lo que sé porque la educación estatal requiere un tratamiento aparte) está siendo, tristemente, moneda corriente. Hablo con amigos docentes y lo que me cuentan no deja de horrorizarme.
Está el directivo que exige reuniones y reuniones (y algunas larguísimas) a un personal agobiado por las correcciones que parecen no terminar nunca y por un contexto que todos conocemos pero que pocos toman en consideración a la hora de demandar más y más. Tampoco falta el que te pide que recuperes las horas de videoconferencia que no pudiste dar por tener problemas de conectividad (como si ellos te pagaran Internet). Está también el profesor que se cree Superman o Supergirl y se autoexige pedir quichicientos trabajos semanales que se acumulan en su mail, classroom o qué sé yo qué plataforma. Están los directivos que te obligan a dar clases por videoconferencia aunque no tengas un espacio preparado para hacerlo (no, no, el medio del comedor familiar no es un lugar apto para dar clases, y menos con chicos y/o perros dando vueltas). Están los que te suman a 50 mil grupos de whattsapp del colegio (general, del departamento y de cada uno de los cursos asignados). Planificaciones, informes, rúbricas, reuniones con alumnos, reuniones docentes, aprender a usar tal o cual plataforma, tal o cual programa, tal o cual aplicación… todo eso lidiando con una pandemia que nos convierte en personas que se mecen en un sube y baja de emociones y sensaciones, que muchas veces (la mayoría) no son positivas.
Un párrafo aparte merece el directivo que quiere armar urgente el protocolo de regreso a las aulas porque cree que el regreso precipitado le dará “estatus” a la institución sosteniendo la alocada idea de que si el colegio empieza antes que los otros estará bien visto. No puedo acotar nada acá porque lo terrible de ese pensamiento me deja sin palabras.
Sumado a todo este caos hay algunos que tenemos un “plus”: los que tenemos bebés o niños pequeños en el hogar. ¿Qué implica esto?: trabajar por turnos (porque alguien debe cuidar a la criatura), un desgaste psicológico y emocional y menos ingresos para los cuentapropistas, obviamente. En mi caso, también implica corregir en los ratos en que mi hija está durmiendo (cosa bastante tortuosa en este contexto, ya que duerme mal o tarde o no quiere dormir…). Ni qué hablar de un pobre compañero que vive en un monoambiente con un bebé de menos de un año, que tiene que dar clases on line a veces con el peque llorando sin parar…
Estas situaciones constituyen solo unos pocos ejemplos de la falta de realidad de algunas personas. Ah, ojo, porque al alumno hay que acompañarlo, entenderlo y ayudarlo (cosa que está perfecto) pero y a nosotros, ¿quién nos acompaña, entiende y ayuda? Quiero aclarar que tengo la suerte casi única entre mis amigos docentes de tener directores con los pies en la tierra, pero lamentablemente son los menos. Por eso no dejan de escandalizarme las situaciones que mis colegas me cuentan de distintos colegios.
Por Dany V.
Twitter e Instagram: @RinconEduyLit
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