En lo que va del año, vengo interrogando a colegas sobre por qué eligieron la docencia. Alguien se preguntará por qué después de seis años ejerciéndola en escuelas más otros tantos previos de clases en institutos, se me ocurre semejante duda que cualquiera se haría al momento de elegir una carrera en los últimos años del secundario. Pues bien, a mí no me pasó eso, porque en primer lugar yo no quería ser docente.
En el último año del secundario quería ser socióloga, abogada, historiadora, periodista, diseñadora gráfica, politóloga, locutora y quizá, filósofa. Así que de manera medio mecánica y convencida de que a la facultad se va a estudiar lo que A UNA LE GUSTA y no lo que el gobierno manda, agarré los programas de cuanta carrera apareciera y me los leí de punta a punta. Tenía algunas cosas claras; a mí la escuela no me gustaba, no me gustaban mis compañeros y compañeras, sólo la mitad de plantel docente me parecía decente, no quería tener que lidiar con la burocracia (ya me alteraba tener que pedir un turno al médico), quería ser feliz leyendo e investigando las cosas que me gustaban y, sobre todo, no quería trabajar en una oficina. Cualquier cosa, menos eso. La cuestión es que encontré algo que se ajustaba un poco a esto y era la carrera de Comunicación. Y me anoté en la de la UBA. Y al año y medio, después de un mes y medio de facultad tomada, de que Majul no me diera una entrevista que me permitiera aprobar la materia de radiodifusión, de tener que pelearme con mis compañeros de grupo porque se comportaban igual que en el secundario, aunque ahora la excusa no era un deporte sino un trabajo (y eso que la Ley da días de estudio) y que aunque me sacaba 9 y 10 la pasaba tan mal que volvía llorando a mi casa, dejé la carrera.
Lo único que rescato de esa experiencia es el taller de escritura de la Cátedra Pompillo, el cual, realmente, disfrutaba. Bien, quería leer y escribir. Orientación vocacional mediante, me anoté en Letras. Y sí, me encantaba. Siento que en parte era y es una especie de onanismo intelectual. No obstante, me daban ganas de querer investigar y apostar por la academia. Hasta que se apareció el primer Boss (o jefe, o monstruo final del nivel). La Burocracia. La burocracia es el primer Guardián de "Ante la ley". No pude cruzar esa puerta y sólo podía ser utilizada por mí. Pero mientras me frustraba por este lado, conseguía un trabajo por este otro, dando clases en dos institutos. Uno daba apoyo escolar, el otro preparaba ingresantes al CNBA.
Por más extraño que parezca, empecé a recibir mucha satisfacción al lograr que los y las estudiantes aprendieran conmigo. Este saber estanco que sólo me servía a mí tenía utilidad. Además, los chicos y las chicas parecían divertirse y cuando realmente estaban satisfeches, me lo hacían saber con palabras o regalos. A mí jamás se me habría ocurrido hacerle un regalo a una profesora o profesor que me cayera particularmente bien. ¿Qué había hecho yo, entonces, para merecer esto?
De repente, me surgió la oportunidad de entrar a una escuela dando un taller, y de pronto, había conocido a Dany... o mejor dicho, reconocido, porque había sido suplente mía en el secundario cuando recién se recibía. La docencia, entraba por inercia en mi vida, y no trabajaba en una oficina, cambiaba de gente y de aulas y de escuelas y disfrutaba del sol y de comentar las series que miraba y los videojuegos que jugaba (por que el estudiantado puede ser un gran interlocutor... a veces se hace mal en pensar que son simples niños y niñas). Y, claramente, ganaba muuuuuuuuyyyyyy poco. Sigo ganando poco en relación a muchas de mis amigas y amigos.
Hasta acá, pocas veces me había puesto a pensar por qué era docente. Y sí, da satisfacción, pero ¿alcanza eso? Porque realmente puede ser muy estresante tener que lidiar con problemáticas y situaciones que una jamás se habría esperado.
Algunas conclusiones que saqué en estos años son que:
♦No quiero que las generaciones presentes y futuras tengan la experiencia nefasta que yo tuve de la escuela
♦Foucault y Bourdieu estaban equivocados. La escuela puede ser un aparato de dominación social y puede reproducir las jerarquías y los simbolismos propios del poder hegemónico, sin embargo, los buenos docentes convertimos a ese espacio en un lugar de liberación social, de reflexión, de transformación y de contención. La escuela es un arma de doble filo. Es por eso que hay quienes la aman y quienes la odian.
♦Si puedo hacer que los y las jóvenes crezcan como personas empáticas, sensibles y críticas, aunque sea une de les 400 que tengo por año, ya me doy por satisfecha.
♦Si puedo hacer que encuentren en la literatura lo que yo hallo en ella, felicidad garantizada.
♦Les alumnes me mantienen actualizada y con la mirada más abierta y flexible. A veces, temo que si perdiera el contacto, me volvería como eses adultes horrendes que creen que siempre tienen la razón, que lo que elles creen es lo único que está bien y correcto, y pierden la empatía, se vuelven obtuses y lamentables.
♦Me gusta ver crecer y evolucionar las cosas: me gusta cuidar a mis plantas y mascotas, me gusta subir de nivel en los juegos y me gusta ver que los y las aprendices se transformen en ciudadanes criterioces, crítiques, pensantes, sensibles...
Hoy no podría ser otra cosa que docente. Hoy no podría no ver el sol por las tardes, soportar amoríos de oficina que me retrotraen al secundario, vivir de la burocracia como un abogado o una bancaria (ya bastante tedio me parece hacer informes). No podría perder el afecto que los alumnos y las alumnas transmiten.
¡Qué lindo!
ResponderBorrarImpecable ������
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