Cuando alguien se acerca
a La hora de la estrella,
seguramente, experimenta un desasosiego casi imposible de explicar con
palabras. Pero esta sensación de abandono hacia una historia cruda e
impenetrable se da gracias a la manera en que se plasma la experiencia, en cómo
se la vive y cómo se la explica. Fuertemente influida por la narrativa
sartreana se podría trazar un paralelo con La
Nausea teniendo en cuenta tres puntos clave: 1)
La idea de azar y nimiedad del individuo con respecto al mundo, 2) el tiempo
como un privilegio de los ricos y 3) la imposibilidad de asimilación de la
experiencia la cual sólo podría tener un vestigio de aprehensibilidad en la
aventura, entendida como “un acontecimiento que sale de lo ordinario sin
ser forzosamente extraordinario” y que
“sólo cobra sentido con su muerte”[1]
Es así que se tratará de dar cuenta del modo en
que aparece configurada la experiencia en La hora de la estrella pensada a
partir definición que se da en La náusea
de Sartre.
Introducción: El lujo
de la experiencia.
Cuando
Antoine Roquentin habla de la experiencia, la explica como “largas formas
oscuras, acontecimientos que venían de lejos que los rosaron rápidamente, y
cuando quisieron mirar, todo había terminado ya. Y a los cuarenta años bautizan
a sus pequeñas obstinaciones y algunos proverbios con el nombre de experiencia”.
Ésta, entonces, es para él un expendio de consejos y anécdotas, un cúmulo de
saberes, de cosas vistas, y de sufrimientos, es, por sobre todo, el pasado
conservado, retenido y utilizado[2].
Si bien
el personaje y narrador de La Nausea y
el Narrador de la obra de Lispector estarían en un lugar más acomodado que
Macabea, los tres parecerían vivir el día a día con lo justo. El lujo se vuelve
una categoría inasible para ellos y por eso, no se pueden permitir ciertos
placeres, darse ciertos gustos. Hacerlo se vuelve un acto excepcional que les
permitiría seguir tolerándose a ellos mismos. Es así que ese pequeño lujo no se
constituye como experiencia aunque se pueda creer eso, sino que se vuelve una
amarra para con la realidad inmediata de la existencia.[3] No es casual que ambos
textos tengan alusiones a la piedra: Rodrigo S. M. se propone narrar la
historia a partir de hechos sin literatura. “Los hechos son piedras duras”[4] dice el narrador de La hora de la estrella, y escribir,
contar esta historia es tan duro como romper rocas. Así mismo, la obra
sartreana comienza con la experiencia del guijarro que es el que lo motiva a
llevar el diario; el personaje toma la piedra y siente su existencia, y eso le
provoca la primera náusea, ese sentimiento extraño al comienzo que no puede
explicar y que lo impulsa a soltar el canto y huir; sin embargo, no se puede
huir de los hechos, según Rodrigo S. M., y la existencia es un hecho, por más
azaroso que pueda ser. Para Rodrigo, Macabea es el guijarro, es la existencia
cazada al vuelo que lo motiva a comenzar la narración.
La
experiencia, entonces, sería la conjunción de tres elementos: la existencia
material de las cosas, el tiempo y la subjetividad de de los individuos que
vincula lo material con lo temporal.
Lo
material: “Vivir es un lujo”[5]
Lo
material se constituye como una forma de hacer escapar a los individuos de lo
azaroso de la existencia. Rodrigo S. M. dice explícitamente que él escapa al
azar existencial porque escribe. De alguna manera, el hecho de escribir es un
anclaje del individuo en un lugar y momento determinado. El resultado, la
materialidad de su obra lo reafirma en el mundo. El tiempo y la subjetividad
quedan registrados en el objeto obra-libro. La misma función se puede encontrar
en el diario de Antoine Roquentin: el diario le permite comprender los
acontecimientos porque sostiene que “los cambios conciernen a los objetos”[6].
Florencia
Garramuño en el texto “Una lectura histórica de Clarice Lispector” se pregunta
“¿Cómo describir la presencia palpitante de la experiencia en esa escritura
despojada de acontecimientos, concentrada en la psiquis individual, y diseñada
en un lenguaje cada vez más único e irrepetible?”. Ella sostiene que la
afluencia de la desesperación de las palabras y los instantes que busca
Lispector no relatan la historia en tanto sucesos encadenados sino en tanto
experiencia[7].
Si aceptamos esta afirmación, también aceptamos la idea de que las palabras
como materialidad, como rocas, pueden atar el tiempo para convertirlo en
experiencia pero al mismo tiempo la palabra se vuelve una potencia creadora, es
por eso que la crítica nos habla de una obscura positividad y la posibilidad de
la misma de abrigar la locura, de manera tal que algo inexistente puede
volverse real y cobrar vida. Rodrigo S. M. existe en tanto Clarice le da vida,
y Macabea respira en cuanto Rodrigo la crea.
El
Narrador existe en tanto la materialidad del texto le da vida, es verosímil.
Para lograr este efecto se sirve de lo paratextual y metatextual. Desde el
paratexto el narrador se reafirma en la dedicatoria del autor a la autora, como
si fuera una especie de evidencia en el que se explicita: “existo y te hablo”;
desde lo metatextual el autor-narrador se sostiene a sí mismo desde las
interrupciones y desde su autodefinición como escritor-creador así como también
desde su lugar de personaje creado y existente. Este recurso ya aparecía en La nausea por medio de la “Advertencia a
los editores” y las notas al pie.
La
nordestina está pensada desde esta perspectiva. Rodrigo nunca conoció a
Macabea, nunca vivió su historia, pero sabe de lo que habla y por lo tanto
decide darle vida, contar su historia y enseñársela. Como Maca, hay muchas
otras que podrían existir como no. Ella existe porque él la cuenta. “Porque
existe el derecho al grito. Entonces grito.”[8] Porque existe el derecho a existir, entonces,
Maca existe. En este punto la alagoana se asemeja a Antoine que es en parte presentado
por medio de la cita de Celiné “Es un muchacho sin importancia colectiva,
exactamente un individuo”. Pero el personaje de Sartre también se parece un
poco a Rodrigo, porque trata de comprender a M. de Rollebon al escribir sobre
él.
Ahora
bien, ¿cómo se constituye Maca a sí misma? Ella se define, se hace verosímil
desde lo material: “Cuando se despertaba no sabía más quién era. Sólo un poco
más tarde pensaba con satisfacción: soy dactilógrafa y virgen, y me gusta la
Coca-cola.” (L. P45); incluso en los momentos en que la subjetividad y la
temporalidad quedan suspendidas los objetos se vuelven una forma de tolerancia
y fijación del presente, como es el caso de la compra del lápiz labial rojo
cuando termina la relación con Olímpico. Finalmente, desde su materialidad ella
es una potencia creadora: “Ella creía en los ángeles y, porque creía, ellos
existían.”
Lo
material se constituye, de esta manera como un pilar donde se apoya la
identidad y la existencia. Escapar del azar implica tener la posibilidad de
vivir y, por lo tanto, de vivir algo y enfrentarse a la vida. Pero la
materialidad sola no alcanza para generar experiencia. Para ello se requiere del
tiempo y de la subjetividad, de modo que esos objetos sirven por lo menos para
fijar los límites de lo verosímil.
Lo
temporal: “el pasado es un lujo de propietario”[9]
La
experiencia necesita ineludiblemente de un tiempo y la materia prima de ésta es
el pasado. Este pasado para Sartre es acumulativo. Las personas acumulan actos
y cosas con la esperanza de poder aplicarlas en el futuro. Este cúmulo de
sucesos, saberes y objetos es lo que constituye a la experiencia. Pero para
quien no tiene nada y no puede darse el lujo de conseguirlas y acumularlas el
pasado es un eterno olvido. No poseer nada implicaría no poder tener
experiencia.
De lo
poco que sabemos del pasado de Macabea nos llega una tía y unos padres cuyos
nombres ha olvidado. La nordestina es puro presente. Allí radica la manera en
la que se relaciona con los objetos, es como si careciera de representaciones
sociales, de modelos y esquemas; ve con ojos nuevos todo, todo el tiempo, por
eso no resulta chocante que incluso, olvide quién es ella y deba remitirse a
hechos banales como su profesión o gustos para recordarlo, aunque por la manera
en que esto es dicho, es decir, con la idea de disfrazarse de ella misma,
habría como una falla en la recuperación de la identidad. Es un sujeto vaciado
de personalidad, de historia, de tiempo.
Por otra
parte, el presente se presenta de modo negativo y en algún punto sus ojos están
en el futuro. “Por lo menos el futuro tenía la ventaja de no ser el presente y
siempre hay algo mejor para lo malo”[10], pese a esto, cuando
Gloria le pregunta si piensa en su futuro ella no le responde. Ella no tiene
futuro, el futuro es un lujo al que sólo accederá desde lo económico y gracias
a la caridad, lástima y culpa de su amiga pudiente.
Macabea
está ubicada por fuera del tiempo. Ella no tiene reloj, símbolo indiscutido del
tiempo, pero goza de escuchar la radio-reloj y de cómo caen los minutos como
gotas. El fin de esto no es el de informarse la hora sino otro, el de encontrar
cierta paz, calma. Ella goza dilatando el tiempo, como si ella en algún punto
lo pudiera manejar a su antojo. De hecho. el único lujo que se da es el de
experimentar el tedio.
En La nausea, Antoine dice que no existe ni
la Juventud, ni la Edad Madura, ni la Vejez, ni la Muerte. La nordestina quizás
lo entendía mejor que cualquiera, el tiempo es una categoría abstracta que
inventó el hombre para poder organizar los sucesos que le acontecían. Al
experimentar el tiempo sin clasificarlo ella no puede organizar su pasado y mucho
menos, su experiencia.
En
cuanto a Rodrigo S. M., se sabe que se apoya en su pasado como nordestino y en
conocimientos previos para crear y narrar a la nordestina. Las pausas que se
toma para alejarse y reflexionar sobre la historia, así como el hecho de que se
toma el tiempo de sentarse a escribir, además del conocimiento que posee acerca
del final del relato que prevé, es que se puede deducir que, si bien está por
fuera del tiempo de Macabea, está dentro de su propio tiempo, el cual
experimenta, ya que escribe con el cuerpo.
Se puede
encontrar otra semejanza para con la nordestina a parte del origen y eso es el
gusto por dilatar el transcurso del tiempo a partir de los rodeos e
interrupciones.
La
subjetividad: “Tristeza era lujo”[11]
La
subjetividad no es una categoría abstracta en sí; acá pasa por la forma en que
una existencia se adueña de su materialidad y actúa en el tiempo atravesándolo.
De esta manera la vivencia se vuelve experiencia. No obstante, desde las
categorías que se plantean tanto en la obra de Sartre como en la de Lispector, la
experiencia no puede pensarse como un punto de vista individual.
La
experiencia es poco útil para el poseedor de la misma. Una vez que uno la tiene
ya es tarde, por lo que la experiencia implicaría la condición de ser
transmisible. Es así que la subjetividad individual deviene intersubjetividad.
Ya Antoine hace explícito esto cuando dice que la experiencia roza a los
sujetos como una sombra a la que perdemos de vista en el momento en que pasó y
que luego se vuelve un expendio de anécdotas y consejos.
Teniendo
en cuenta esto se puede comprender porqué en La hora de la estrella resulta imposible para Macabea convertir los
hechos en experiencia y quien adquirirá el deber de materializarla será Rodrigo
S. M. con más o menos éxito.
Rodrigo
dice en la dedicatoria que necesita de los otros para mantenerse de pie y que
para que algo exista hay que creer, creer llorando. Creer revela la
subjetividad del individuo mientras que la necesidad del otro hace evidente la
intersubjetividad. Habría un movimiento dialéctico entre los individuos: ellos
existen porque uno cree en ellos y uno existe porque es creído por los otros. El
problema surge con Macabea, ya que siempre alguna parte queda anulada.
Cuando
Macabea cree en los ángeles ellos existen, pero no conforman la experiencia
puesto que estos entes no pueden creer en ella.
Desde el
vamos, la nordestina no se puede comunicar. Si la comunicación es necesaria
para la constitución de la experiencia ella está imposibilitada para hacerlo.
Los errores de tipeo, sumado a la risa en el momento en que Olímpico termina la
relación en vez del llanto y finalmente la incapacidad de aplicar la
información que se transmite en la radio-reloj, hablan de una imposibilidad de
comprensión y procesamiento del mundo y sus saberes. De alguna manera los
sucesos son como los shocks de los que habla Benjamin, la falta de un
procesamiento anula la posibilidad de relatar lo acontecido porque esto ha
dejado de ser experiencia. El hecho de que aparezcan momentos claves de la vida
acompañados de “explosiones” y no de alegría o sentimientos hace que se acentúe
la idea de shock. No hay asimilación sólo golpe: “La vida es un puñetazo en el
estómago”[12]
El
narrador dice que los sueños de ella “eran vacíos porque les faltaba el núcleo
esencial de una experiencia previa de – de éxtasis, digamos”[13]. Sin embargo, un día
tiene un éxtasis cuando ve un árbol muy grande y un disco-volador. “Estaba
tentada en contárselo a Gloria pero no había manera, no sabía hablar.” Es así
que cuando aparece un suceso que tiene el peso suficiente como para volverse
experiencia, éste se desvanece ante la incomunicabilidad del evento.
Habría
algo con la fuerza suficiente y que requiere de otro que los sustente como para
volverse experiencia y eso es el acto sexual. El sexo es el momento donde la
subjetividad y la materialidad de dos seres confluye en un momento determinado
del tiempo consumándose como un hecho. El escritor dice que “jamás se olvida a
una persona con la que se durmió. El acontecimiento queda tatuado a fuego en
carne viva”[14]
No obstante, tanto Roquentin como Maca no lo traducen como experiencia. El
primero porque posee una visión acumulativa del pasado y por tal motivo, de la
experiencia. El fin del vínculo con Anny derrumba ese pasado y lo deja vacío.
Sin pasado se anula la experiencia. La segunda, por su parte, muere virgen, no
queda marcada, quizás por ese motivo le es más fácil seguir cuando el
nordestino se despide de ella. Él, en parte, le sirve como un intento de
transmisión de experiencia, si se tiene en cuenta que le intenta contar lo que
escuchó en la radio, pero la incomprensión de éste elimina la experimentación.
Lo que hace a continuación la alagoana es adquirir un pintalabios. Acá se hace
evidente el vínculo entre lo material y lo subjetivo: si no hay un otro que
pueda definirla, el objeto adquiere más valor como modo de reafirmar la
existencia, puesto que ella no existía para nadie hasta la llegada de Olímpico,
pero al separarse de él necesita de otra cosa en la que apoyarse.
La
aventura: “El sentimiento de la aventura sería, simplemente, el de la
irreversibilidad del tiempo.”[15]
En ambos
textos aparece el vaciamiento del individuo que adquiere ciertas acciones medio
autómatas, una dificultad para entender qué es lo que siente y que se traduce
en Nausea en la obra de Sartre y en explosiones o en sentimientos inexplicables
en la obra de Lispector. La aventura se configura en ambas, también, como un
punto de quiebre. La posibilidad de tener una experiencia. Pero si la
experiencia está hecha de pasado, la aventura es una promesa, está hecha de
futuro.
En el
diario de Roquentin se la explica diciendo que se tiene la sensación de que
“Algo ha sucedido” y “ese acontecimiento fútil no se asemeja a los otros; en
seguida vemos que precede una gran forma cuyo dibujo se pierde en la bruma, y
entonces nos decimos “Algo comienza”. Algo comienza para terminar: la aventura
no admite añadidos; sólo cobra sentido con su muerte.”[16]
Cuando
Macabea se dirige en taxi a Olaria para ver a la cartomante, Mme. Carlota, el
verbo que utiliza el narrado es "aventurarse”. En algún punto se advierte
la posibilidad de la aventura y así se da. Cuando la adivina le tira las cartas
y le vaticina un próspero futuro “Algo comienza” para Maca: grávida de futuro,
se siente otra persona, se dice a sí misma: “nací”. Sin embargo, la aventura
solo admite la muerte. El accidente se vuelve necesario para darle fin a la aventura.
Es así que la promesa de experiencia se cancela, aunque le permite a la
nordestina tomar conciencia de sí misma, de que por lo menos una vez en la vida
sintió la felicidad, antes, ella sólo creía que era feliz, aunque no lo era,
incluso, el mundo toma conciencia de su existencia, cuando la observa tirada en
la acera. Su muerte es su apoteosis. Y como en un momento de catarsis, el
narrador también toma conciencia de su existencia y del devenir y lo efímero de
las cosas, es decir, de la materialidad de las cosas atravesadas por el tiempo
y percibidas por la subjetividad de alguien. La obra se vuelve experiencia para
Rodrigo S. M. en la hora de la estrella.
Conclusión:
“‘El lujo es vulgaridad’ – Dijo, y me conquistó.”
Las
categorías sartreanas se ajustan en más de un aspecto, e incluso van más allá
de lo hasta acá analizado, aunque por lo visto hasta este momento se puede
hacer evidente la influencia de este autor en la escritora brasileña.
El texto
de Clarice Lispector se propone desde el vamos despojarse de todos los adornos
de la palabra, captar la esencia de las palabras, arrojárnoslas desnudas a la
cara. Lo ornamental de la palabra es un lujo que no se puede dar el texto, no
porque no se pueda hablar de un pobre con un lenguaje rico, sino porque la
forma de experimentar el relato, de sentirlo en carne propia, es a partir de la
dureza de las palabras, de sentir los golpes de la vida por medio de éstas y no
se necesita de otras que los amortigüen.
Si el texto se valiera de ornamentos
semánticos en vez de recursos estructurales perdería la delicadeza de la forma
y el contenido quedaría desplazado hacia la belleza del marco, de lo superfluo,
secundario y accesorio.
Lujo y
experiencia se vinculan en tanto que los requisitos para convertir los
acontecimientos en experiencia, al ser tenidos por lujo para los personajes,
nunca se pueden conseguir, quedando anulada de esta forma la posibilidad de la
misma tanto en La náusea como en La hora de la estrella. El único que de
alguna manera logra escapar a esto, es Rodrigo S. M. pero lo hace a un costo
muy grande: la identificación física y mental de sí con su heroína.
La
construcción de la experiencia en el texto estaría dada en por lo menos tres
niveles. El primero se construye desde Macabea y la imposibilidad de
experimentar. El segundo desde Rodrigo S.M. quién hace propia la experiencia de
su personaje a partir de la construcción de la narración. El último queda en
manos del lector que luego de atravesar la aventura que constituye La hora de la estrella (ya que ésta es
una promesa y un suceso hasta el final-muerte del libro), se apodera, al igual
que el narrador, de la experiencia contada, con el plus de adueñarse de la
experiencia de Rodrigo también. La
materialidad del libro, y el tiempo que se invierte en la lectura se conjugan
en la subjetividad del receptor de la obra para mutar y devenir en infinidad de
formas, es por esto, que a pesar de la austeridad de la narración esta estrella
es un lujo.
Agus Argiz
Bibliografía:
C. Lispector, La hora de la estrella, Bs. As. Corregidor
F. Garramuño, “Una
lectura histórica de Clarice Lispector”, en
J-P. Sartre, La náusea, Bs. As., Losada, 2010
W.
Benjamin,, “El París del segundo Imperio en Baudelaire”, en Poesía y Capitalismo.
Iluminaciones II, pp.21-120
[1]
J-P. Sartre, La náusea, Bs. As.,
Losada, 2010, Pp. 67 y 69
[2] Ibíd. Pp. 116-118
[3]
“Haberlo hecho es mucho mejor que seguir haciéndolo: la perspectiva permite el juicio, la
comparación, la reflexión. Y para poder soportar su vista en los espejos, ese
horrible rostro de cadáver trata de creer que en él se han grabado las
lecciones de la experiencia” (S P.120)
[4]
C. Lispector, La hora de la estrella,
Bs. As. Corregidor, 2011 Pp. 24-25
[5]
Ibíd. p93
[6] J-P., Sartre Op. Cit. p13
[7] F. Garramuño, “Una lectura histórica de Clarice
Lispector”, en
[8]
C. Lispector, Op. Cit. p.23
[9] J-P. Sartre, Op. Cit. p.113
[10]
C. Lispector, Op. Cit. p. 48
[11]
Ibíd. p. 70
[12]
C. Lispector, Op. Cit. p. 91
[13]
Ibíd. P. 47
[14]
Ibíd. Pp. 27-28
[15]
J-P. Sartre, Op. Cit. p. 101
[16]
Ibíd. p. 69
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