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La otredad en dos cuentos de Joao do Rio I

En “El bebé de tarlatana rosa” y “El hombre con cabeza de cartón” de Joao do Rio, se esboza la idea de lo central y lo marginal, de dos realidades que conviven y que se repelen. En ambos cuentos aparecen personajes que luchan por la aceptación, que intentan ser parte de una mayoría que excluye al que es distinto. En los dos relatos, ese intento de inclusión se ve frustrado: la otredad no puede ser parte de lo central. Lo que se desconoce o lo que es diferente se torna, inevitablemente, amenazante o repulsivo. 

Desde el lugar de lo absurdo, de lo fantástico, de lo monstruoso, de lo ambiguo, se construye una crítica social que denuncia la incapacidad de las personas de salirse del perverso sistema que impone la necesidad de un centro y un margen "El bebé de la tarlatana rosa".



“El bebé de tarlatana rosa”:

Bien sabemos que el carnaval es una trasgresión autorizada. El juego de caras y caretas no sólo encubre la realidad, sino que permite, mientras éste dure, cambiarla.

Héctor les cuenta a unos amigos, una aventura que él mismo protagonizó durante un carnaval. Los amigos ávidos escuchan su historia.

El relato enmarcado nos mece en un vaivén permanente entre una realidad “normal” y “otra” realidad, no obstante, ambas están enmascaradas y se vuelve difícil advertir cuál es cuál, ya que las apariencias engañan. El protagonista de esta historia desea fervientemente mezclarse en la otredad mientras tenga lugar el carnaval. Él plantea que el ambiente condiciona al individuo, y, desde esta postura, justifica sus deseos de libertinaje anónimo[1] (El deseo, casi enfermizo, es infundido, infiltrado por el ambiente. Todo respira lujuria, todo tiene ansia y espasmo, y en esos cuatro días paranoicos, (…) todo es posible[2].)

Con un grupo, el protagonista recorre diversos lugares, bailes, algunos de ellos extraños y sórdidos. En esos lugares marginales hay negras trompudas y desdentadas desparramando sus ropas malolientes[3]… En medio de la otredad, el protagonista parece buscar lo nuevo, y se desilusiona ya que No había nada nuevo[4]. Hasta que, allí, en medio de la confusión, encuentra algo distinto: a una persona disfrazada de bebé que le llama poderosamente la atención y lo atrae. Si bien el hombre quiere irse con ella, no lo hace por temor al “qué dirán” (conmigo iban cinco o seis damas elegantes capaces de corromperse pero no de perdonar los excesos ajenos[5]). El grupo en el que él se halla, pasa de ser su salvavidas[6], a ser juez y verdugo. La mirada del otro pesa sobre Héctor al punto de hacer que éste refrene su ardiente deseo. Sin embargo, cuando dos días después, logra desligarse de sus amigos, estando aun en el marco del carnaval, y sin haber saciado su deseo, todo puede pasar con el bebé de tarlatana, quien, en varias ocasiones ha reaparecido en su camino.

El encuentro finalmente se concreta cuando el carnaval ya ha concluido. Sin embargo, los besos y caricias apasionados en una calle oscura cesan abruptamente, cuando el hombre, al arrancarle la nariz postiza a la mujer disfrazada, advierte, horrorizado, que en su lugar, sólo hay dos agujeros sangrientos[7]. Horror, asco: el hombre está frente a lo otro, a lo monstruoso, y esto le genera tal rechazo que huye espantado. Pero, antes de huir, escucha la justificación de la joven: durante el carnaval, ella puede ser lo que no es, y puede hacer lo que de otra manera no logra: gozar y encontrarse con el otro pese a sus diferencias, es decir, dejar, al menos por unos días, de estar condenada al margen y al lugar de la soledad por ser distinta.

En medio de la furia y el rechazo que le genera esta mujer sin nariz, reaparece en el protagonista el temor al “qué dirán” (El vigilante estaba en la esquina y nos miraba (…) ¿Qué hacer? (…) ¿Decirle a todo el mundo que la había besado? No resistí. Me aparté[8].) El deseo de lo otro se termina bruscamente. La joven no logra ser aceptada sino que, contrariamente, es empujada y rechazada. Este rechazo se extiende hasta los oyentes de la historia, los amigos de Héctor, quienes quedan horrorizados o sintiéndose mal después del relato.

 

Se plantea que el carnaval opera como factor catártico para el pueblo a partir de la búsqueda de una alegría desenfrenada que se expresaba en danzas, máscaras (que pretendían tanto el gesto satírico como esconder la identidad) y el libertinaje abierto y desprejuiciado.[9] Pero, la supuesta apertura del protagonista a lo otro, a lo nuevo, no es tal, sino que su deseo es, en definitiva, un deseo de lo mismo. El hombre no puede despojarse del prejuicio, de ahí, el rechazo tan abiertamente demostrado frente a la joven mutilada y suplicante.

 

La semana próxima, en la segunda parte del artículo, abordaré “El hombre con cabeza de cartón”.

 

Daniela Valenzuela

 

 

Bibliografía:

 

Cuentos del Brasil. Antología. (1996). Buenos Aires: Kapelusz.

Kupchik, Ch. “Danza loco el carnaval” (S/D)

 



[1] Kupchik, Ch. “Danza loco el carnaval” (s/d)

[2] Do Rio, J. “El bebé de tarlatana rosa” Op. Cit.  Pp. 113- 114.

[3] Op. Cit. P. 114.

[4] Op. Cit. P. 115.

[5] Po. Cit. P. 115.

[6] Op. Cit. P. 114.

[7] Op. Cit. P. 119.

[8] Op. Cit. P. 119.

[9] Kupchik, Ch. “Op. cit.”

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