El filicidio es recurrente en la mitología grecorromana. Tal como los mitos advierten, es una práctica no privativa de los dioses, sino que es propia, también, de los mortales. Por más horroroso que parezca, en todas las culturas y en todos los tiempos ha habido madres y padres que asesinaron a sus hijos.
El médico y psicoanalista argentino Arnaldo Rascovsky dedicó su obra al tema del filicidio en la cultura. Él afirma que el filicidio es una herencia ancestral, que se desarrolla en los seres humanos al reprimir ciertos impulsos naturales: la no aceptación de las tendencias incestuosas de los hijos con sus padres, según él, devendría en el filicidio. Rascovsky dice que “El buen padre prohíbe el incesto, reprime el instinto, con amor, ofreciendo otra alternativa instintiva al hijo: la identificación con él. En este caso, el padre fuerza al hijo a la renuncia por amor y no por miedo, logrando la identificación del niño con esta imagen paterna. Ante el padre bueno, el niño renuncia fácilmente.” Más adelante agrega que “El niño necesita esta relación personal profunda (…). El filicidio empieza con la carencia de la función maternal y paternal, de la que, a su vez, la causante es esta sociedad y estas estructuras que fuerzan económica, social y psíquicamente a los padres a comportarse de ese modo.”
Yo, por mi parte, dudo de cuánto pueden llegar a explicarse estos actos, que han sido analizados desde tantas disciplinas… El mito (y con él, la literatura que lo retoma), pone sobre la mesa los comportamientos divinos y humanos. Como plantea G. S. Kirk, los mitos son portadores de mensajes importantes sobre la vida. Hay mitos sociales y otros, individuales y sus intereses y preocupaciones son variados, pero él aclara que “no todos los mitos son susceptibles de explicación” (Kirk, 1992, p. 32).
Veamos varios ejemplos de mitos grecorromanos en los que aparece algún filicidio (o su tentativa) y los matices en esos actos terribles, pero no ajenos a la naturaleza humana:
Ágave y Penteo:
Uno de los ejemplos lo proporciona el mito de Ágave y su hijo Penteo, joven rey de Tebas.
Dioniso, dios forastero, llega a la ciudad transfigurado en un sacerdote e impone su culto enloqueciendo a las mujeres tebanas. El rey rechaza las prácticas dionisíacas y se gana el odio del dios.
El problema está en que muchos no reconocen a Dioniso como divinidad, ya que descreen de Sémele, hermana de Ágave, y no avalan el hecho de que haya sido amante de Zeus y de que ambos lo hayan concebido. El dios, enojado, trama su venganza. Las mujeres de Tebas, reunidas en el monte Citerón, se entregan a la locura. Allí se vinculan con animales salvajes en sorprendente armonía. Todas las fronteras parecen abolidas y lo femenino y lo irracional se imponen. Penteo va a espiarlas disfrazado de mujer y se transforma así en un ser ambiguo semejante al supuesto sacerdote al que detesta. Las bacantes (que toman su nombre de la forma latina Baco), entre ellas, la madre y la tía del rey, enceguecidas, lo confunden con un león y lo desmiembran. Ágave, en su delirio, se lleva la cabeza de su hijo a modo de trofeo para jactarse de su victoria frente al supuesto animal salvaje. Cuando sale del trance y advierte lo que ha hecho decide desterrarse.
Como podemos advertir, en este caso, la matanza del hijo no se realiza en forma consciente, sino que es un dios el que incita a la madre a cometer semejante atrocidad. Además, ya Walter Otto en su libro Teofanía expuso que, en todo accionar humano, los verdaderos actantes son los dioses.
Penteo es castigado por no reconocer a Dioniso como dios. La consecuencia no es más que una muestra del caprichoso, egoísta y cruel comportamiento divino, frente al cual, los humanos se hallan desprotegidos.
Este mito ha sido retomado por Vernant en su libro titulado Érase una vez... el universo, los dioses, los hombres y por Eurípides en su tragedia, Las bacantes. Según Carlos García Gual, en Eurípides hay “una demanda de moralidad superior exigida a los dioses”. Esto mismo es lo que se advierte en la obra, ya que Dioniso, se muestra vengativo y cruel. Las figuras divinas caen en una actitud que Eurípides condena abiertamente. El autor, en su texto, pone en boca de Cadmo, abuelo de Penteo, una frase que plantea que los dioses no deben tener igual ira que los mortales.
Pero hay algo más que Vernant entiende como crítica al ciudadano griego: este, en su superioridad, rechaza la alteridad (y más si escapa a los límites de la razón) y, en ese acto, él mismo se vuelve otro, horrible y monstruoso.
Ino y Learco y Melicertes:
Ino y su esposo Atamante acogen a Dioniso y lo crían junto a sus dos hijos, Learco y Melicertes. Juno odia a Sémele por haber sido la amante de su esposo y, por ende, detesta al hijo de ambos nacido, Dioniso (Baco para los romanos). Entonces, decide castigar al matrimonio que tan benévolo ha sido con el dios.
La esposa de Júpiter enloquece a la pareja y causa el filicidio. Otra vez es una divinidad celosa la que causa el desastre. Atamante mata a Learco, creyendo que es un animal salvaje. Se lo arrebata a su mujer y le golpea la cabeza al pequeño con una piedra. Por su parte, Ino echa en un caldero con agua hirviendo a Melicertes.
Al tomar conciencia de sus actos, la mujer horrorizada corre hasta el mar con el cadáver del niño por ella asesinado y se arroja con él. Venus, abuela de Ino, ruega a Neptuno que los metamorfosee. Así, Ino es convertida en Leucótea, diosa de la niebla y su hijo en el dios Palemón; ambos guían a los marineros en las tempestades. Ovidio, en Las metamorfosis, es el primero que deja entrever que Ino se lanzó al mar Jónico cerca del Istmo de Corinto.
Ino, castigada por Juno, es compensada por Venus, quien revierte, en parte, el hecho criminal. El caso de Ágave es peor que este, ya que ella no encuentra consuelo alguno por el crimen que una divinidad la llevó a cometer.
Procne e Itis:
Ovidio, también en Metamorfosis, retoma el mito de Procne, quien es ofrecida a Tereo como premio por un triunfo guerrero de este. Bajo malos augurios se casan y conciben a Itis.
Pero Tereo está lejos de ser un buen esposo y un buen hombre. Él viola a Filomela, hermana de Procne, y para que no lo delate, le corta la lengua y la encierra. Procne la encuentra y su hermana logra contarle lo sucedido bordando un lienzo que narra los hechos atroces. Procne calla (al igual que su hermana) y juntas planean la venganza contra el hombre: las hermanas, madre y tía de Itis, respectivamente, lo matan. Luego, lo cocinan y se lo dan de comer a Tereo (banquete macabro). Una vez el padre hubo comido a su hijo, Procne, le revela que este está dentro de sus entrañas. En ese momento, Filomela aparece y le arroja al padre la cabeza ensangrentada del hijo.
Todos estos personajes mitológicos son metamorfoseados en aves: Filomela, en ruiseñor; Procne, en golondrina y Tereo, en pájaro salvaje. Él, en su nueva forma, persigue e intenta destruir a las hermanas.
Siguiendo a Eleonora Tola en Una Introducción crítica, podemos decir que, la mutilación de Filomela (el hecho de cortarle la lengua) tiene su contrapartida en la mutilación del niño. Sin embargo, la primera es exterior mientras que la segunda opera hacia el interior, a través de la ingesta del cuerpo del hijo. Así, Tereo no puede situar en ningún espacio simbólico su dolor. Además Filomela, al transformarse en ruiseñor, recupera un canto que contrarresta, a modo de reivindicación, el previo silenciamiento.
Como podemos advertir, el crimen es realizado con plena conciencia (a diferencia de lo sucedido con Ágave), para devolverle a Tereo el salvajismo realizado. Procne, en un primer momento, duda pero, luego, resuelve realizar el crimen (en este punto, se parece a Medea). Ovidio nos muestra la conclusión a la cual la madre arriba: “El amor maternal es un crimen teniendo a Tereo de esposo”. Ella siente amor por Itis, pero concluye que es mejor proceder a la venganza. Como el padre del niño es un ser despreciable, el amor hacia su hijo se torna un crimen. Aquí, el filicidio se comete como un modo de venganza para con el padre del niño, quien se ha comportado vilmente.
Medea:
Medea es una obra compuesta también por Eurípides (al igual que Las bacantes), el trágico más desesperanzado de los tres que corresponden al período de auge del teatro clásico ateniense. Tanto en Esquilo como en Sófocles, el sufrimiento del personaje trágico adquiría una dimensión significativa: del error, algo se aprendía. Acá no. Esto vuelve a la obra realmente terrible. El acto inefable que comete Medea no deja enseñanza alguna, es totalmente desmedido.
Medea es la madre que mata a sus propios hijos para vengarse de su esposo, Jasón, quien la dejó para concretar un matrimonio más ventajoso. La acción de Medea la vuelve un ser no humano. Medea, la hechicera, nieta de Circe, se va volando en el carro del dios Sol. Después de haber actuado con la misma soberbia y crueldad que los dioses grecorromanos, queda igualada a ellos y no puede más que irse por los cielos. Vemos acá que este mito va un paso más allá incluso que el de Procne. Medea es la más terrible de todas estas madres.
La versión de Medea como asesina consciente de sus propios hijos la introduce Eurípides. César Guelerman, en el prólogo de la excelente edición de la Editorial Biblos, cuenta que solo en una versión previa a la de este dramaturgo, es Medea quien mata a los niños, pero lo hace sin intención, al fallar una fórmula que debía hacerlos inmortales. Según García Gual, la matanza intencional de sus hijos por parte de Medea es introducida por Eurípides para mostrar que no siempre la razón se impone por sobre las pasiones humanas.
El romano Séneca compone su propia versión, siguiendo la de Eurípides, pero realiza una mayor introspección del personaje femenino: muestra su lucha interna hasta que se define por cometer el crimen nefasto.
Tetis y Aquiles:
Las diosas no presentan una superioridad moral. Su comportamiento y el humano se parecen, hecho que ha dado lugar a los filósofos a criticar a los dioses grecorromanos y empezar a pensar en una divinidad con una clara superioridad moral.
El mito que precede a la guerra de Troya también se vincula con el tema del filicidio. Hay dos figuras claves, de ambos bandos (el de los aqueos y el de los teucros) que casi mueren a manos de sus progenitores, pero el destino, en ambos casos, les tenía preparada otra suerte…
La diosa Tetis, madre de Aquiles, se unió a un mortal, Peleo, y con él tuvo varios hijos. A los siete anteriores a Aquiles, les causó la muerte, tratando de hacerlos inmortales. Uno a uno los introdujo en el fuego para que este, tal como explica Jean Pierre Vernant, “quemara esa humedad portadora de corrupción y que hace que los humanos no sean una pura llama.” Obviamente, las llamas los devoraban. Peleo, desesperado ante la acción de su mujer, logró salvar a Aquiles del fuego, pero Tetis, quien no cejaba en su intento por darle inmortalidad al pequeño, sumergió al bebé en las aguas del Estigia, el río infernal, y logró, así, darle cierta inmunidad.
Como Tetis lo sostenía por el talón, que no llegó a mojarse en las aguas infernales, este se volvió el punto débil del héroe, el único lugar por el que podía ingresar la muerte.
Hécuba y Paris:
Por otro lado, Paris, el raptor de la bella Helena, esposa de Menelao, es el culpable de llevar a Troya a la destrucción. Esto sucederá muchos años después de haberse salvado de la muerte a la cual sus padres lo habían enviado.
Poco antes del parto, Hécuba, esposa de Príamo, el rey de Troya, soñó que paría una antorcha prendida fuego que incendiaría la gran ciudad. Los adivinos le anticiparon la destrucción que Paris causaría. Entonces, los reyes consagraron a su hijo a la muerte sin matarlo directamente, ¿cómo?: exponiéndolo a los elementos, en un paraje solitario lleno de animales salvajes. Algunos dicen que una osa lo alimentó hasta que lo encontraron y, luego, lo criaron unos pastores, quienes lo llamaron Alejandro.
Cuando, muchos años después, se reveló la identidad del joven, este fue restituido a su lugar de origen y el sueño premonitorio cayó en el olvido, hasta que se cumplió...
Estos niños, el griego Aquiles y el troyano Paris, que se salvaron de morir a manos de sus padres, desencadenaron innumerables calamidades.
Jean Pierre Vernant, en su libro Érase una vez… el universo, los dioses, los hombres, narra los hechos mezclándolos con pasajes de análisis.
Yocasta y Edipo:
Algo similar a lo que aconteció con Paris es lo que le ocurre a Edipo. Al consultar el oráculo, Layo y su esposa Yocasta, reyes de Tebas, deciden deshacerse de su hijo, ya que este está destinado a matar a su padre y casarse con su madre. Le entregan, entonces, el niño a un siervo del palacio para que este lo abandone en el monte Citerón a merced de las fieras. El bebé, con los tobillos perforados y atados con una correa, es abandonado por sus progenitores. Sin embargo, el sirviente se apiada del niño y se lo entrega a un pastor del rey de Corinto. A su vez, este se lo entrega al matrimonio real, que no había podido concebir hijos.
La filósofa Esther Díaz, en una entrevista plantea que Layo está paranoico al querer deshacerse de su hijo por temor a que ocupe su lugar en la cama y lo mate. Sin embargo, él pierde de vista que todos los hijos, si sobreviven a sus padres, terminan ocupando su lugar. Ella sostiene que Layo está enamorado del poder y no puede aceptar que su hijo lo desplace. Además, plantea que “es tanta la desesperación de Layo por no perder el poder que manda a matar a su propio hijo y hay algo más. Yocasta es cómplice en esto, porque le mandan a eliminar a su hijo y ella no se suicida por eso, sin embargo cuando pierde el poder porque se sabe todo se mata. En el fondo la historia de Edipo es la historia del poder y la verdad.”
Algo similar es lo que, según el filósofo Michel Foucault, sucede con Edipo. En el libro La verdad y las formas jurídicas, se encuentra la segunda conferencia, titulada "Edipo y la verdad". En ella, se analiza la relación entre saber y poder y se desmiente la idea tan difundida de que Edipo es el que vio pero no sabe. Para Foucault, Edipo es el que en su saber solitario se enceguece. El exceso de poder y de saber lo vuelven ciego y sordo a las voces oraculares y a las del pueblo. Ambas voces, con distintas formas, transmiten un mensaje idéntico: que él es el asesino de Layo y que se ha unido a su madre, Yocasta. Solo la verdad fragmentada le permitía conservar el trono. Cuando las piezas se unen y la verdad sale a la luz, el Rey pierde su poder y se considera destituido. Tanto el mansaje profético de los dioses como el de los siervos que han sido testigos de los hechos, quedan igualados para dar paso al destierro de Edipo.
Podría seguir dando ejemplos de filicidios pero este trabajo sería amplísimo. Si bien estos hechos nos horrorizan, en todas las sociedades primitivas o contemporáneas, podemos hallar crueldades semejantes. De eso dan, también, cuenta los mitos.
Daniela Valenzuela
Bibliografía:
Eurípides. (2004). Medea. Biblos: Buenos Aires.
Eurípides. (2008). Tragedias I. Gredos: Madrid.
Eurípides. (1979). Bacantes, introducción, traducción y notas de Carlos García Gual, en Tragedias. Vol. III, Gredos: Madrid
Foucault, M. (2014). La verdad y las formas jurídicas. Gedisa: Buenos Aires.
Kirik, G. S. (1992). La naturaleza de los mitos griegos. Editorial Labor: Barcelona.
Ovidio (2004) Metamorfosis. Cátedra: Madrid
Séneca (1979) Tragedias. Gredos: España (Prólogo de Jesús Luque Moreno)
Sófocles (2006) Edipo Rey/ Hamlet Colección Azulejos. Estrada: Buenos Aires.
Tola, E. (2005) Ovidio. Metamorfosis. Una introducción crítica. Santiago Arcos Editor: Buenos Aires
Vernant, Jean-
Pierre (1999) Érase una vez… el universo, los dioses, los hombres. Fondo de
Cultura Económica: Argentina.
Comentarios
Publicar un comentario