1. … a primera vista.
Al
introducirnos en las primeras líneas, por no decir versos, de El señor presidente, lo primero que
resuena en nuestras cabezas es el carácter sonoro que se apropia de nuestros
sentidos nublándonos la vista. Basta con tomar la crítica que hace Osorio[1] para darse cuenta de que
el despliegue de aliteraciones, onomatopeyas y repeticiones crean cuando no una
cacofonía, un grito infernal que resuena y retumba en el pecho del lector. Esto
no es azaroso. En la novela de Miguel Ángel Asturias, los personajes han
perdido su capacidad visual y andan a tientas en una oscuridad que no pueden
despegarse de los ojos.
Es por
esto que el presente trabajo se centrará en la construcción de la vista de los
personajes como sentido (y no de la mirada como como punto de enfoque). Para
ello se tendrá en cuenta el refranero popular que atraviesa la obra asturiana
(y al que es probable que se la atribuya la idea de un colorido local), la
metáfora del ojo de vidrio, y la connotación mística, esotérica, religiosa o
como quiera llamársele, de dicho órgano.
2. El refranero
Los
dichos y refranes recorren la obra de diversas formas podemos encontrar
explícitos algunos como “Donde manda Dios se calla el diablo”[2] o semiexplícitos como el
de “Más vale ser cabeza de ratón que cola de león” que aparece como “pequeñas
cabezas de león ofendidas al sentirse cola de ratón”[3]. La novela cuenta con
numerosas alusiones a ellos, no obstante, no nombra a tres que se considerarán
centrales: “En el mundo de los ciegos el tuerto es rey”, “Ojos que no ven
corazón que no siente” y “ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”.
2.1.
“En el mundo de los ciegos el tuerto es rey”
El problema
de la visión se presenta desde el inicio de la obra: El pelele hace varias
noches que no puede pegar un ojo y ante la llegada de los militares Patahueca
pela los ojos. Ante el grito de “¡Madre!” El pelele como “una fuerza ciega” le
quita la vida al coronel José Parrales Sonriente, alias, “el hombre de la
mulita” y los mendigos “cerraron los ojos horrorizados”. Así comienza El señor presidente: con numerosos
obstáculos visuales.
Los
personajes, entonces, son cegados[4]. Esto explicaría los
recursos fonológicos, semánticos y sintácticos que sostienen a la obra. Ante la
falta de visión los otros sentidos se expanden y por medio de las onomatopeyas
y aliteraciones, entre otros recursos, se acentúa el canon caótico en el que
quedan sumergidos los individuos.
Pero en
este mundo de ciegos, hay tuertos. El auditor de guerra miope y aunque su
visión se ve disminuida, su condición no le impide imponer su forma de ver las
cosas ante el resto. Las declaraciones de los mendigos que dicen haber visto
con sus propios ojos el hecho, no tienen importancia ante los ojos del auditor.
No obstante, el ciego, el Mosco, el que realmente es no vidente, es quien posee
el testimonio más peligroso, el que contradice al del resto a pesar de que
Vásquez y el Auditor saben que es el menos útil de todos los testimonios.
La respuesta inesperada de los
mendigos hizo saltar de su asiento al Auditor General de Guerra, el mismo que
les interrogaba.
—¡Me van a decir la verdad! —gritó, desnudando los ojos de basilisco tras
los anteojos de miope, después de dar un puñetazo sobre la mesa que servía de
escritorio.
Uno por uno repitieron aquéllos que el autor del asesinato del Portal era
el Pelele, refiriendo con voz de ánimas en pena los detalles del crimen
que ellos mismos habían visto con sus propios ojos.[5]
Como se ve en este párrafo, el
Auditor es descripto como alguien que realmente no ve y sin embargo, es su
respuesta la que cobra relevancia. Pero la escena cruenta y sádica, alcanza su
punto de grotesco con la muerte del Mosco, quien es ciego.
—¡Diga la verdad! —gritó el Auditor cuando restallaba el latigazo en las
mejillas del viejo—. ¡...La verdad o se está ahí colgado toda la noche!
—¿No ve que soy ciego?...
—Niegue entonces que fue el Pelele...
—¡No, porque ésa es la verdad y tengo calzones!
Un latigazo doble le desangró los
labios...
—¡Es ciego, pero oye; diga la verdad,
declare como sus compañeros...!
—De acuerdo —adujo el Mosco con la
voz apagada; el Auditor creyó suya la partida—, de acuerdo, macho lerdo, el Pelele
fue...
—¡Imbécil!
El insulto del Auditor perdióse en los
oídos de una mitad de hombre que ya no oiría más.
Al soltar la cuerda, el cadáver del Mosco,
es decir, el tórax, porque le faltaban las dos piernas,
cayó a plomo como péndulo roto.
—¡Viejo embustero, de nada habría
servido su declaración, porque era ciego! —exclamó el Auditor al pasar junto al
cadáver.[6]
Más allá
de la ridiculización y la exaltación de la brutalidad dictatorial, desde la
literatura clásica, estaba la creencia o la representación del ciego como aquel
que poder ver lo que los otros no. Si se tiene en cuenta esto, la muerte del
Mosco abre un abanico de significaciones. El más importante: el de coronar al
auditor como el rey de los barrios bajos
y el más brutal de los militares, o quizás mejor, príncipe.
Todos los
generales están caracterizados con ojos pequeños, o con miopía o con la vista
nublada por el alcohol.
“Lulo, rollizo, arrugado, enano, con repentes de risa y de
ira, de afecto y de odio, cerraba los ojos y se cubría las orejas
para que supieran que no quería ver ni oír nada de lo que pasaba allí”.[7]
“Camila bajó los ojos delante de un
hombre de ceño mefistofélico, cargado de espaldas, con los ojos como tildes de
eñes…””[8]
“Su Excelencia puso los ojos bajo los
párpados, para ahogar la visión invertida de las cosas que el alcohol le
producía en aquel momento.”[9]
Ellos
también son tuertos, son “los príncipes de la milicia” frase que le cuesta el
exilio y la vida al general Canales.
2.2.
Ojos que no ven
corazón que no siente.
La escena
más representativa de este refrán es “Tumba viva”. En ella, niña Fedina, con su
bebé contra el cuerpo, niega la muerte de este. Incluso pareciera no darse
cuenta del olor que comienza a desprender el cadáver que en El dulce encanto inquieta a las mujeres.
Tampoco pareciera sentir los manoseos que le propician los clientes ante la
novedad de su llegada.
Es
bastante usual que los personajes cierren los ojos para negar aquellas cosas
que les resultan molestas, como si al hacerlo el problema pudiera desaparecer;
para Juan Canales, no ver a Camila, implica la negación de un vínculo existente
con su familia. De hecho, lo primero que le dice a Miguel Cara de Ángel es que
hacía tiempo que no se veían.[10]
Se repite
también cuando Silvia, una de Las doscientas, deja de ver a Camila
porque no quiere verse envuelta con la hija de Canales y volverse una enemiga
del gobierno.[11]
Por el
contrario, un sentimiento positivo fuerte deviene en una imposibilidad de
apartar la vista. En el capítulo, “Luz para ciegos”[12], el amor les hace abrir
los ojos a Camila y a Miguel.
Camila bajó los párpados ruborosa,
sorprendida como la planta que en lugar de hojas parece que le salen ojos por
todos lados, pero antes miró a su marido y se desearon con la mirada, sellando
el tácito acuerdo que entre los dos faltaba.
De hecho,
en “Canción de Canciones”[13] se inicia con la
imposibilidad de cerrar los ojos.
“Y
les daba tanto miedo haber corrido este peligro, que si estaban separados, se
buscaban, si se veían cerca se abrazaban, si se tenían en los brazos se
estrechaban y además de estrecharse se besaban y además de
besarse se miraban y al mirarse unidos se encontraban tan claros, tan
dichosos…”
Ya con los ojos abiertos, Miguel podrá
ver con claridad quién es el Señor presidente. Sin embargo la luz puede
encandilar a quienes vienen de la oscuridad.
2.3.
Ver
la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.
El refrán es explicitado en la charla
entre el Sacristán y el Estudiante en medio de las sombras.
“La primera voz:
—¡Sólo pecados dice; mejor, cállese!
La segunda voz:
—Para los sacristanes todo es
pecado...
La primera voz:
—¡Qué va! ¡Cabeza que le han metido!
La segunda voz:
—¡Digo que para los sacristanes todo es pecado en ojo ajeno!
No
obstante, es aplicable a numerosas escenas, especialmente, en aquellas que
circula el chisme. En ellos se revela gran interés por la vida del otro no sólo
como “entretenimiento” sino por el temor que encierra el quedar pegado a algo y
dejar de ser uno de los “amigos del Presidente”, aunque también puede ser una
herramienta para ganarse el reconocimiento de este.
Cara de
Ángel informa al general Canales que es mejor ser culpable que inocente (pesa
más la paja que la viga), mientras que en el encuentro con Farfán le aconseja a
este cometer algún delito para salir de la mira del señor presidente.
“—Bueno
es también que le aconseje como amigo que busque la manera de halagar al Señor
Presidente.
—Sí,
¿verdá?
—Nada
le cuesta.
Ambos
agregaron con el pensamiento «cometer un delito», por ejemplo, medio el más
eficaz para captarse la buena voluntad del mandatario o «ultrajar públicamente
a las personas indefensas» o «hacer sentir la superioridad de la fuerza sobre
la opinión del país» o «enriquecerse a costillas de la Nación» o...
El
delito de sangre era ideal; la supresión de un prójimo constituía la adhesión
más completa del ciudadano al Señor Presidente.
Dos
meses de cárcel, para cubrir las apariencias, y derechito después a un puesto
público de los de confianza, lo que sólo se dispensaba a servidores con proceso
pendiente, por la comodidad de devolverlos a la cárcel conforme a la ley, si no
se portaban bien.”[14]
El problema radica
en que el delito que comete es el de traicionar a quien le salvó la vida.
Asimismo, la misma
situación se puede ver en algunos de los partes de “El parte al Señor
Presidente”[15] donde algunos de los
firmantes enfatizan sus intenciones de quedar bien con el mandatario.
Este refrán,
entonces, evidencia el sistema maquiavélico que opera en los lazos de poder y
confianza que se realizan en torno al señor presidente.
3. Ojo de vidrio
3.1.
“Un
buen par de Ojos de vidrio y tu mirada tiende a mejorar”
“—¡Soy
la Manzana-Rosa del Ave del Paraíso, soy la vida, la mitad de mi cuerpo es
mentira y la mitad es verdad; soy rosa y soy manzana, doy a todos
un ojo de vidrio y un ojo de verdad: los que ven con mi ojo de vidrio ven
porque sueñan, los que ven con mi ojo la verdad ven porque miran! ¡Soy la vida,
la Manzana-Rosa del Ave del Paraíso; soy la mentira de todas las cosas reales,
la realidad de todas las ficciones!”[16]
Desde el cegamiento de los personajes al comienzo. Lo que se produce es
un desfasaje entre la realidad y la ficción. Según Barthes en un texto sobre la
obra de Racine, dice que “Siendo la boca el lugar de los signos falsos, el
lector se conduce sin cesar hacia el rostro – la carne como esperanza de una
significación objetiva: la frente,
que es como un rostro liso, desnudo, sobre el que se imprime claramente el
mensaje recibido, pero sobre todo los ojos, instancia última de la verdad”[17]
Además, Chevalier en su diccionario de símbolos dice que “El ojo, órgano
de la percepción sensible, es naturalmente y casi universalmente símbolo de la
percepción intelectual. Conviene considerar sucesivamente el ojo físico en su
función de recepción de la luz”[18],
pero lo que se ve carece de razón, de verdad, no se puede creer en lo que se
ve, está distorcionado. De esta manera se evidencia el corrimiento. Las
palabras, donde suele yacer la mentira o la irrealidad son tomadas como lo
valedero y real. La inversión genera un límite borroso entre sueño y vigilia,
verdad y mentira, realidad y ficción, vida y muerte de carácter tal que genera
un aura surrealista (o pesadillesca para Osorio).
El Ojo de vidrio es la prótesis. Los personajes desojados, hacen como que
ven, parece que vieran, pero no lo hacen. La prótesis es el juego de la
apariencia. Es el arreglo cosmético ante el terror del propio defecto que ha de ser juzgado. Al mismo tiempo, el
ojo de vidrio juzga el prejuicio del que lo ve, juzga el defecto ajeno, lo
expone.
El capítulo que lleva este nombre, retoma la metáfora del delirio del
Pelele. En la hora trágica, los ojos de este quedan abiertos, brillosos,
vitrosos, juzgando a Vásquez y a Rodas. Como salidos del cuerpo del idiota,
éstos persiguen a Rodas, invaden su realidad y o sumergen en un ensueño al
tiempo que le revelan el macabro sistema gubernamental en el que luego se ve
envuelto: la prisión por el delito que no cometió, y la tranza con el auditor
para espiar a Cara de Ángel.
3.2.
Docudrama.
Ahora bien, es posible pensar al ojo de vidrio como la lente de la
cámara. En el capítulo “Camila”[19]
aparecen tanto la cámara fotográfica como el cinematógrafo. La primera registra
un momento un instante en la eternidad; se parecen a los ojos vidriosos de la
muerte. En efecto, registran, documenta, a personas que ya no viven, como la
madre de Camila. La segunda captura procesos, pero en movimientos espásticos,
artificiosos, exagerados, como los ojos de los borrachos.
La idea de ojo-lente nos invitan a pensar en el
documental, ya que éste se caracteriza por es la
expresión de un aspecto de la realidad, mostrada en forma audiovisual en la que
se incluyen imágenes, fotos, textos,
entrevistas, entre otros formatos;
suelen presentar una secuencia cronológica de los materiales, e incluso
pueden o no presentar un narrador que sirva para articular algunos de los
elementos. El documental, además se utiliza tanto para hacer visible una
realidad como para denunciarla.
El
artificio, el ensamble y variedad de registros utilizados por Asturias, se
colocan ante los ojos de vidrio estratégicamente colocadas por el narrador (o
el productor) y nos enseñan la edición final de un momento particular de la
historia, al mismo tiempo que previenen y denuncian los excesos y abusos
ocurridos y por ocurrir en Europa y
Latinoamérica.
4. Un orzuelo del tercer ojo.
Es
inevitable despegar el sentido místico que poseen los ojos en el aspecto
religioso. Empezando por lo pagano del bañista de “El paradero de la muerte”[20]
que no mira a los novios por “el mal de ojos” (orzuelo).
Según
Nicolás Bratosevich[21]
el estudio preliminar de la edición del 2008, la epifanía de Cara de Ángel en
“El baile de Tohil” la tiene entre las cejas, lugar del tercer ojo. Confluyendo
las tradiciones hindú y maya.
Cuando
Miguel va a la casa del tío de Camila, los pechos de la mujer de éste son como
dos cíclopes. Siguiendo el diccionario de los símbolos de Chevalier, los ojos
en otras partes del cuerpo denotan ignorancia, lo que vaticina el
comportamiento de la familia de la joven y justifica el desprecio del favorito.
También
se podría pensar en Argos Panoptes por la proliferación de expresiones
referidas a los ojos en lo coloquial (peló los ojos, puso los ojos, no pegaba
los ojos, siguió con los ojos…) y en los objetos (cerrojos, piojos, anteojos,
antojos, despojos, ojales, e incluso las papas que poseen ojos). El gigante no
sólo tenía múltiples ojos, sino que además cada ojo dormía en un momento
distinto por lo que siempre podía ver. En algún punto, es análogo al presidente
que no sólo nunca duerme en el mismo lugar sino que directamente pareciera no
dormir nunca.
La
idea de panóptico nos remite a las teorías de control de Foucault y al
funcionamiento de este gobierno represor que es representado en la novela. El
Señor Presidente es el Ojo que todo lo ve. Cabe destacar que la religión
católica también utiliza esto como símbolo de la omnipotencia divina, carácter
con el que se enviste al ministro en secciones como las de “¡Todo el orbe
cante!”[22],
donde el pueblo corea “¡Señor, Señor, llenos están los cielos y la tierra de
vuestra gloria!”
5. Ojos bien cerrados
Las metáforas oftalmológicas asturianas se presentan como coyuntura
otorgadora de sentido tanto de su estructura formal sonora como de su semántica
profunda. Por un lado, si bien generan un tinte de localía, se prestan para
hacer aprehensible, hacer concreto, el combo de sensaciones, ideas,
contradicciones y dilemas que surgen de un clima de opresión y persecución
permanente a causa de un aparato estatal que funciona como un Argos del siglo
XX.
Por otro, marcan el inicio de una nueva etapa histórica, la audiovisual,
al servicio del pueblo, como herramienta de denuncia, como documento. Sin
embargo, arroja los primeros vestigios de sus fallas, que alcanzaran su apogeo
con el uso nefasto de los medios de comunicación durante la segunda guerra
mundial, la guerra civil española y las dictaduras latinoamericanas.
El Señor Presidente
nos interpela, interpela al ojo, los ojos, todos, de cada lector, para
que mire lo que no se escucha, oiga lo que no se observa, mire lo que no se
mira y en el final, sienta el silencio de la más “solíngrima oscuridad”.
Agus Argiz
[1] Osorio, N., “Lenguaje narrativo y estructura significativa de El Señor Presidente de Asturias”, El
Señor Presidente, Miguel Ángel Asturias: Edición crítica, Gerald Martin
coordinador, 1ra edición, colección Archivos, México, 2000
[2] Asturias, M. A., El señor
presidente, Buenos Aires, Losada, 2008 Pág. 286
[3] Ibíd. Pág. 355
[4] La idea de cegar, también
se le atribuye a la muerte, con lo cual podría verse, y siguiendo las ideas de
Osorio, a este espacio como un infierno, un hades una tierra donde ya todos
están muertos.
[5] Ibíd. Pág.60
[6] Ibíd. Pág.62
[7] Ibíd. Pág.304
[8] Ibíd. Pág.352
[9] Ibíd. Pág.325
[10] Ibíd. Pág.119
[11] Ibíd. Pág.310
[12] Ibíd. Pág.342
[13] Íbid.
[14] Ibíd. Pág.256
[15] Ibíd. Pág.237
[16] Op.Cit. Pág.71
[17] Barthes,
R., Sobre
Racine,
México, Siglo XXI, 1992
[19] Op.Cit. Pág. 137
[20] Ibíd. Pág.257
[21] Bratosevich, N. “Estudio preliminar” en Asturias, M. A., El señor presidente, Buenos Aires,
Losada, 2008
[22] Ibíd. Pág.160
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