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La épica clásica: comentario sobre la Ilíada

 Consideraciones generales:

Al hablar de épica clásica nos referimos a las tres obras épicas de la Antigüedad clásica: por un lado, a Ilíada y Odisea, ambas atribuidas a Homero y compuestas en griego antiguo, y, por otro, a Eneida de Virgilio, compuesta en latín.

Ilíada y Odisea datan aproximadamente del siglo VIII a. C. y fueron puestas por escrito en el siglo VI a. C., luego de haber circulado oralmente en boca de los aedas. Los hechos a los que ambas obras remiten (todo lo relativo a la guerra de Troya) se ubican, según las conclusiones extraídas después de varias investigaciones, en el siglo XII a. C.

Eneida, si bien imita los rasgos de oralidad de sus modelos griegos, fue compuesta por escrito en el siglo I a. C. a pedido del emperador romano Augusto.

(Para leer más sobre épica clásica, podés remitirte al siguiente link: https://rinconeduylit.blogspot.com/2020/11/la-epica-de-ayer-lo-sublime-de-la-lucha.html?m=1)

Comentarios sobre Ilíada:

La Ilíada de Homero es un relato cuyo hilo conductor es la ira de Aquiles, el héroe protagonista de esta obra épica. De hecho, tan relevante es su enojo que el texto se inicia con la siguiente frase: “Canta, oh diosa, la cólera del pelida Aquiles”. Esta ira que no abandona al semidiós es clave en el argumento y puede rastrearse, principalmente, en diversos momentos del texto.

Vemos que, en el canto I, Aquiles y Agamenón discuten. Como este último debe entregar a su esclava Criseida para evitar una venganza por parte del dios Apolo, resuelve que deben compensar su pérdida entregándole otra mujer que sustituya a la joven. Aquiles le reprocha que no es correcto quitarle a un guerrero parte del botín ganado y, entonces, Agamenón resuelve sacarle la esclava a quien osó contradecirlo. El problema que entre ambos héroes se presenta no es sólo por una muchacha sino por el poder. En una suerte de lucha de egos, el átrida desea demostrar, en tanto jefe de toda la expedición aquea a Troya, que él es quien manda sobre los demás. Por su parte, el hijo de Tetis y Peleo quiere que todos lo honren por ser el mejor guerrero, gracias al cual ganan todas las batallas. Aquiles, enojado con Agamenón, porque este le quitó a su esclava Briseida, decide dejar de combatir y permanecer (él junto a todo el ejército de los mirmidones) retirado en sus naves. Cual espectador de una película en el cine, el héroe ni es parte de los hechos –no participa ni de la guerra ni de las asambleas- ni se vuelve a su tierra. ¿Qué espera?: tal como su madre le aconsejó, guarda su rencor hasta  que reconozcan su importancia y enmienden la ofensa.

En el canto IX, los troyanos han avanzado tanto en el campo de batalla, que Héctor acampa con su ejército fuera de las murallas de Troya cerca de las naves aqueas. Agamenón, desesperado, admite su error y reconoce que no puede prescindir de la presencia de Aquiles, si es que quiere derrotar a sus enemigos. ¿Qué hacer?: la propuesta de Néstor es la más convincente. Bien sabemos que la palabra del anciano es siempre la más valiosa ya que, en una sociedad oral, la memoria es muy preciada y un anciano es aquel quien tiene más cosas atesoradas  en la memoria, por haber vivido más tiempo. Lo que Néstor propone es aplacar a Aquiles mediante regalos y dulces palabras. Sin embargo, cuando llevan a la práctica este plan, no logran que el héroe deponga la cólera sino que se vuelve más soberbio aún.

El hecho de que Aquiles persista en su enojo, a pesar de la compensación que le ofrecen y de las súplicas que sus amigos le hacen de parte de todos los demás aqueos, lo ubica en un estado de hybris (ira irracional, desmesurada). Debemos saber que para los antiguos lo mejor es el equilibrio, permanecer en el justo medio y rechazar los excesos. Aquiles va a persistir en un estado de cólera desmedida que será castigado (los excesos siempre atraen calamidades). La muerte de su amigo, y tal vez su amante, Patroclo, es el peor castigo para el héroe. ¿Cómo muere?: luego de haberse puesto las armas de Aquiles y de haber comandado al ejército de los mirmidones nuevamente a la guerra, envalentonado en la batalla y desoyendo los consejos de Aquiles, es desarmado por Apolo, herido por un troyano y rematado por Héctor.

Una vez ocurrida la desgracia, en el canto XIX, Aquiles depone la cólera contra Agamenón, hace un mea culpa en la asamblea y anuncia su regreso al campo de batalla. Sin embargo, su cólera no desaparece, sino que, más bien, cambia su objetivo: de odiar a Agamenón pasa a ensañarse con Héctor, el asesino de su amado Patroclo.

En el canto XXII, Aquiles, secundado por Atenea, logra matar al príncipe troyano y quedarse con el cadáver de su enemigo, el cual se niega a entregar. Bien le había aclarado al moribundo que si pudiera, se comería sus carnes crudas. Ensañado, lleno de odio, arrastra el cuerpo de Héctor para destrozarlo y, luego, lo deja expuesto, fuera de su tienda, a merced de los animales salvajes y las aves de rapiña. No obstante, Apolo, el dios, preserva el cadáver del gran guerrero.

La persistencia de Aquiles en su hybris es una actitud condenable (ya sabemos que hasta los dioses se dejan aplacar). Sin embargo, podemos decir que al héroe se lo “salva” de la caída típica del personaje trágico, quien, por su exceso y su necedad, cae en desgracia. Aquí, a Aquiles se lo redignifica en una escena sumamente conmovedora: cuando Príamo se aventura a la tienda del matador de su hijo y le besa las manos para suplicarle que le restituya el cuerpo de Héctor, el héroe aqueo tiene una actitud piadosa para con el anciano Rey de Troya. Ambos lloran, se admiran y se dan una tregua para cumplir con los ritos fúnebres. En este punto, el semidiós al fin se humaniza…

Cabe aclarar que el lugar destacado que tienen los funerales de Héctor en la obra pone de manifiesto la importancia y la grandeza que el héroe troyano tiene hasta para sus enemigos aqueos.



Daniela Valenzuela

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