Consideraciones generales en torno a la estética de la Nueva Carne:
La Nueva Carne es
una estética que muestra la insatisfacción del yo con el cuerpo, tal como lo ha
creado la naturaleza. Frente a este descontento, hay una re-creación de la
carne que se transforma a partir de los deseos. El tema central es la ruptura
de la unidad: lo que tenemos en el imaginario cultural concebido como la unidad
del ser humano se quiebra a partir de la presencia de deformaciones que hacen
que el propio cuerpo se vuelva intolerable. En parte, la esencia de la Nueva
Carne tiene que ver con la angustia que produce esa descomposición de la
unidad.
Esta estética
comienza en los años ochenta con el fotógrafo Joel-Peter Witkin, el
historietista Charles Burns, el director de cine David Cronenberg y el
escritor, cineasta y artista visual Clive Barker. Esta se nutre de dos
corrientes previas: el terror y la ciencia ficción. Sin embargo, las obras
carecen de la visión condenatoria de la tradición judeocristiana así como
también de la utopía de los orígenes de la ciencia ficción. Hay, en ellas, una
ambigüedad moral. Los nuevos artistas quieren dar cuenta de los temores que
anidan en nuestra psiquis. El miedo al cuerpo mutilado, a la transgresión de
las fronteras entre lo interior y lo exterior…
La Nueva Carne
vapulea la lógica, ya que muestra estados que no pueden explicarse a través de
la racionalidad tradicional. Los monstruos que esta estética presenta no son
para recuperar un orden (ni a través del castigo, ni de la culpa, ni de la integración),
sino que permanecen en el lugar del desorden. Los escritores no pretenden
tranquilizar al lector, sino, por el contrario, dejarlo alerta. Ellos plasman
una realidad grotesca, cuyos límites se vuelven confusos.
Rasgos recurrentes en los cuentos de Libros de sangre:
Los cuentos de Clive
Barker son complejos porque requieren de un lector que esté dispuesto no solo a
decodificar los múltiples sentidos que emergen en cada línea, sino también a
tolerar historias transgresoras y un horror que se codea con el asco.
Barker es un poeta
del dolor. En su obra, el campo de batalla es el cuerpo mismo: el organismo se
desorganiza y reorganiza, después de haber pasado por el dolor extremo, y de
haber explorado profundidades oscuras e irreales en el “vaivén de destrucción y
construcción” del que habla Antonio José Navarro. En su obra, la muerte no es
más que una transfiguración de la vida. La línea entre lo temido y lo deseado
es extremadamente fina y permeable. Estos rasgos nos permiten ubicar su obra
dentro de la Nueva Carne.
Los protagonistas
de Barker son siempre outsiders: sufren
o sufrieron algún tipo de carencia desde lo afectivo, viven o vivieron
rechazos. Hay, en ellos, cierta forma de orfandad. Quizás por eso es que manifiestan
otras sensibilidades. Por ejemplo: en “El libro de sangre”, la doctora Florescu
acaba de enviudar y en ella confluyen el deseo, el dolor por la pérdida y el
amor. En “Restos humanos”, el protagonista tiene una relación traumática con su
padre, se ve que está falto de afecto por lo que solo logra asociar el sexo al
dinero. En “La condición inhumana”, los jóvenes de la pandilla han sufrido
abandonos, son personajes marginales y delincuentes. En “El blues de la sangre
del cerdo”, los personajes son delincuentes juveniles.
Frente a la vida
difícil que les ha tocado, los personajes sienten una tristeza muy profunda,
una gran melancolía que los habita. En ellos, es muy fuerte el sentimiento de
pérdida.
Es muy fuerte la
presencia de la sexualidad, pero es una sexualidad disidente. O hay deseos
prohibidos o hay pérdidas de un amor, o hay una gran soledad o hay sexo
violento o hay amor homosexual o hay un narcisismo extremo… La sexualidad es
clave en el proceso de transformación. La muerte también es entendida como una
transformación.
Por otro lado, los
protagonistas están desorientados: tienen una idea equivocada de lo que
realmente desean para sus vidas (idea que generalmente tiene que ver con
cuestiones superficiales). Esto cambia a lo largo del relato, al descubrir que
lo que los mueve, en realidad, es algo más trascendental. Por ejemplo: en “El libro
de sangre” el joven médium, al principio, quiere fama y dinero. En “Restos
humanos”, el personaje quiere llegar a ser un gigoló. En “La Madona”, el
protagonista quiere ser un hombre de negocios con mucho dinero. Estas
aspiraciones mutan con el transcurrir de la historia.
Los personajes, en
su búsqueda equivocada, recorren caminos donde se terminan enfrentando con la
otredad: demonios, seres monstruosos o divinos, personajes de leyenda, gigantes,
licántropos… Este encuentro con lo otro los transforma y, en la muchos de los
casos, descubren que “lo otro” no siempre está fuera del yo: hay aspectos
desconocidos y temibles en las profundidades del propio ser. De este modo, se
juega con el horror a la propia identidad. Aparece un nuevo yo que ha cambiado
su sensibilidad y su conciencia. En la nueva configuración, se transgredieron
los límites del sexo y la violencia.
¿Cómo llegan los
individuos a ese descubrimiento?: transitando un camino laberíntico, oscuro o
nebuloso, en el que dudan de sus sentidos. Ese camino es, en definitiva, una
metáfora de su interioridad, de los lugares más recónditos de la psiquis. Allí
se enfrentan a sus peores terrores, a sus deseos reprimidos y todo eso en un
proceso que no puede escapar al dolor físico. Sin embargo, en general, el miedo
y el dolor dan paso a la fascinación. En “El libro de sangre”, el médium queda
mutilado por las inscripciones en su cuerpo que lo llenan de dolor y de marcas
imborrables. En “Restos humanos”, el yo conoce a su doppelganger, quien parece
tener más alma que él. En “La condición inhumana”, también está el doble, que
es a la vez, bestia y doble de Karney. En “El tren de carne de medianoche”, el
protagonista se vuelve un asesino al servicio de los padres de la ciudad que
ama tanto como desprecia. En “El blues de la sangre de cerdo”, el protagonista
descubre deseos homosexuales. En “La Madona”, el protagonista y su antagonista
hacen una transición hacia el otro sexo. En “Las colinas, las ciudades”, Mick
pierde su identidad en la unión con la masa.
Aquellos que logran
sortear los laberintos, son iniciados, han obtenido un tipo de conocimiento que
trasciende la lógica. El caso más claro es el de “La condición inhumana”, en el
que el yo obtiene un saber solo para iniciados (los nudos que desata se
equiparan a los laberintos).
En el proceso de
transformación, de descubrimiento de lo monstruoso que habita en los
personajes, aparecen nuevas moralidades, nuevos conocimientos. El tema de la
transformación, que aparece siempre en Barker, tiene como antecedente modélico
a Franz Kafka. Podemos hablar tanto de transformación, mutación, como de
simbiosis entre el mundo orgánico y el inorgánico.
El viaje es
central. Siempre hay un camino difícil, en el que los personajes se pierden.
Una vez emprendido el recorrido, no hay posibilidad de regresar: el “destino” ya
está fijado. En “La Madona”, los protagonistas se pierden en el espiral del
edificio de las piscinas. En “En las colinas, las ciudades”, los amantes se
pierden en la ruta cuando quedan sin auto, sin mapa y sin diccionario”. En
“Crepúsculo en las torres”, Ballard se pierde entre la niebla de las calles y
el parque. En “La condición inhumana”, Karney se pierde en el estacionamiento
que es una suerte de laberinto.
Se presentan nuevas
legalidades por fuera de la Ley. El narrador no realiza juicios condenatorios.
No hay premios ni castigos (ni humanos ni divinos). No hay sentencias
moralizantes. Las cosas son como son y punto.
El asco siempre
está presente y la realidad desagradable y terrible se capta, primero, desde el
estómago. Lo que rodea a los personajes no se percibe primero por la vista,
sino por el ruido o por lo que sucede en las propias entrañas. El instinto, el
sexto sentido, es clave para comprender el mundo. En “Crepúsculo en las
torres”, aparece lo animal, lo primitivo, lo instintivo de los hombres-lobos a
quienes se les ha intentado borrar la memoria ancestral y, con ella, su
verdadera identidad. Lo que sucede en este cuento puede relacionarse con el
peso de las estructuras sociales y culturales que limitan ciertos aspectos
naturales de las personas. Como dijo Clive Barker: “necesitamos tocar la
oscuridad de nuestras almas de vez en cuando; es una forma de reconectarnos con
nuestro yo primigenio, el yo que probablemente existió antes de que supiéramos
usar las palabras, y que sabe que el mundo contiene una gran luz y una gran
oscuridad, y que una no puede existir sin la otra.”
En los cuentos de
Barker, se lleva tanto a la mente como al cuerpo a forzar sus propios límites.
En “En las colinas, las ciudades”, se dice que “la competición debía forzar a
los participantes hasta sus límites”. Esto mismo pasa con su literatura: se
traspasan los límites de comprensión, se alcanza un nuevo saber... Esto de
llevar todo al límite puede equipararse con lo que este escritor tan brillante
espera de sus lectores: no se admiten lecturas superfluas, ya que, en cada
frase, sin lugar a dudas, siempre está diciendo algo más de lo que dice.
El agua está muy
presente en algunos relatos y es un claro símbolo de lo inconsciente. No es casual
que en “Restos humanos”, el doble está bajo agua. En “La Madona”, las criaturas
están en las piscinas. El agua acá también es símbolo de nuevos nacimientos
(renacer en un nuevo cuerpo) y de lo femenino. Paradójicamente, en este último
cuento, el personaje que no acepta su nuevo yo, se arroja al agua.
Los nombres suelen
tener fuertes simbolismos, ya sean de personas o lugares. En “La condición
inhumana”, por ejemplo, el vagabundo se llama Pope y es quien inicia, cual
sacerdote al joven Karney.
Es muy fuerte la
crítica social: en los cuentos se muestra la otra cara del progreso y del
avance económico, que genera una gran desigualdad. Muchos de los lugares en que
transcurren los hechos están en transición, abandonados, derruidos, tales como
se ve en “La condición inhumana” o en “Lo prohibido”, por ejemplo. Se ponen en
evidencia los excesos del capitalismo. La ciudad pasa a ser el lugar del
extrañamiento, esta es una suerte de enemigo que transforma a los habitantes en
víctimas. La realidad social, cultural de la ciudad está marchita, está
sufriendo la degradación: sus habitantes son víctimas de la soledad, el dolor,
la incomprensión. Se reivindica a los seres que no tienen voz, como le pasaba a
Karney en “La condición inhumana” o a la protagonista de “Lo prohibido”,
ninguneada por los intelectuales que la rodeaban, en especial por su marido.
Los espirales, los
caracoles, los nudos y los laberintos están relacionados entre sí y son
frecuentes en los cuentos de Barker.
Lo que se vive es,
muchas veces, inefable. Este es un rasgo típico de la literatura fantástica,
cuyos hechos escapan a la comprensión y son intraducibles en palabras. Otra
característica propia de este modo de representación es la presencia de lo
onírico, y esto se ve en varios de sus cuentos. Uno no sabe muy bien si todo
sucede en la conciencia del sujeto o en la realidad. La intencionalidad está
puesta en ese sentido. Esto es muy evidente, por ejemplo en “El tren de carne
de medianoche”, cuando el sujeto se queda dormido en el vagón.
En cuanto a la
técnica narrativa, varios de los textos de Barker están narrados a modo de
contrapunto, pero luego, las historias que parecían no tener relación entre sí,
terminan confluyendo. Es muy fuerte lo cinematográfico en las escenas que
presenta. Por otra parte, podemos advertir que se proponen distintos niveles de
lectura, ya que siempre hay una metaforización.
Clive Barker, en un
punto, se asemeja a Borges, ya que ambos son artistas cuya visión del arte es
similar: lo entienden como algo lúdico. También se parecen en que para los dos
todos los textos son discursividades: los retoman, aluden incluso a diversas
religiones y mitologías pero no creen en ninguna. En los cuentos de Barker, se
mezclan lo sagrado y lo profano, lo divino y lo diabólico, como sucede en “La
Madona” o en “Las pieles de los padres”, en los que uno no sabe si entender a
los seres monstruosos como demonios o ángeles.
Daniela Valenzuela
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