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¿Cómo leer un libro?

 El siguiente artículo tiene como objetivo reflexionar sobre la manera en que encaramos la lectura de un libro y la importancia que le damos a dicha lectura. Es verdad que si hemos atravesado la escuela y alguna otra institución educativa es porque leer sabemos, pero, como veremos, no todo el mundo lee de la misma forma y es importante identificar cómo lo hacemos y si podemos mejorarla. Para comenzar, entonces, partiremos de un clásico sobre el tema: ¿Cómo leer un libro? de Mortimer J. Adler.

El objetivo que persigue el lector, dice Adler, ya sea el entretenimiento, la información o la comprensión, determina su forma de leer, y la eficacia con la que realiza la lectura es determinada a su vez por la cantidad de esfuerzo y destreza que aplica a la lectura. En términos generales, podemos establecer la siguiente regla: cuanto mayor el esfuerzo, tanto mejor, al menos cuando se trata de libros que en principio superan nuestra capacidad como lectores y por consiguiente pueden elevarnos de una situación de menor comprensión a otra de mayor comprensión.

A su vez, el autor, distingue entre instrucción y descubrimiento, es decir, si el acercamiento al descubrimiento de un tema a partir de un texto se realiza con y sin ayuda. Esto tiene gran importancia porque, a menos que uno se acerque a los textos en el ámbito de la educación, la mayoría de las personas suelen leer casi siempre sin ningún intermediario que les facilite la comprensión. La lectura de descubrimiento, por lo tanto, consiste en aprender por mediación de un profesor ausente, algo que sólo se puede conseguir si se sabe cómo proceder.

Pero ese proceder sólo se alcanza con práctica y adquiriendo cierto nivel de análisis. El autor afirma que Existen cuatro niveles de lectura. Denomina al primer nivel lectura primaria, o lectura rudimentaria, básica o inicial. Cualquiera de estos términos sirve para indicar que cuando se domina este nivel se pasa del analfabetismo a los comienzos de la alfabetización, y que se aprenden los rudimentos del arte de leer, se recibe la instrucción básica para la lectura y se adquieren las destrezas básicas de la misma, como ser, identificar las palabras y sus significados. Sólo se ocupa del lenguaje tal como lo utiliza el autor del texto. En este nivel de lectura, lo que se le pregunta al lector es qué dice la frase, pregunta que, desde luego, podría considerarse difícil y compleja, pero él lo plantea en su sentido más sencillo.

Denomina, luego, lectura de inspección al segundo nivel de lectura, que se caracteriza por la importancia que se concede al tiempo. Por tanto, también podría decirse que el objetivo de este nivel de lectura consiste en extraer el máximo de un libro en un tiempo dado, por lo general relativamente limitado, y siempre (por definición) demasiado limitado como para extraer de él todo lo que sería posible en otras circunstancias. También podría aplicarse otro término a este nivel: lectura extensiva o prelectura, pero no como una lectura descuidada que caracteriza el simple hojear un libro. La lectura de inspección es el arte de examinar de forma sistemática. En este nivel de lectura, el objetivo consiste en examinar la superficie del libro, en aprender todo cuanto puede enseñarnos lo más superficial del texto. Mientras que la cuestión que se plantea en el primer nivel de lectura sería ¿qué dice la frase?, en el segundo consistiría en ¿de qué trata el libro? ¿cuál es su tema central?

Al tercer nivel lo llama lectura analítica, una actividad más compleja y sistemática que los dos niveles que hemos mencionado hasta el momento y que requiere mayor o menor esfuerzo por parte del lector según la dificultad del texto. La lectura analítica es una lectura cuidadosa, completa, buena, en realidad, la mejor posible.

Si la de inspección constituye la lectura mejor y más completa posible en un tiempo limitado, la analítica es la mejor y más completa posible en un tiempo no limitado. En este caso, el lector debe plantear numerosas preguntas, lectura analítica es siempre intensamente activa. Leer un libro analíticamente significa masticarlo y digerirlo.

La lectura analítica raramente resulta necesaria si el objetivo que se persigue consiste simplemente en obtener información o entretenerse. La lectura analítica está destinada fundamentalmente a la comprensión. De hecho, elevar la mente con la ayuda de un libro desde una situación de menor comprensión a otra de mayor comprensión es casi imposible a menos que se posea cierta destreza en la lectura analítica.

Al cuarto nivel, el más elevado, lo llama lectura paralela, la más compleja y sistemática. Requiere gran esfuerzo por parte del lector, incluso si el material es relativamente fácil y no plantea demasiadas complicaciones. También lo nombra como lectura comparativa, porque el lector se ocupa de muchos textos a la vez, no de uno solo, los relaciona entre sí a partir de un tema común a todos ellos o de un hilo conductor. Pero no basta con la simple comparación de textos, la lectura paralela requiere algo más.

Con la ayuda de lo leído, quien lleve a cabo este tipo de lectura será capaz de realizar un análisis del tema que quizá no se encuentre en ninguno de los libros o textos tomados paralelamente. Por consiguiente, salta a la vista que la lectura analítica es la más activa y la que requiere mayores esfuerzos.

Si bien este tipo de lectura es aplicable prácticamente a cualquier cosa que deseemos leer, la realidad es que hay cierto tipo de lecturas que ameritan otras formas. Adler, entonces, diferencia a los textos netamente informativos y ensayísticos de los literarios. Dice que el problema de saber leer literatura es inherentemente mucho más difícil que el que plantea la lectura de ensayos; sin embargo, parece un hecho que hay muchas más personas que poseen esta destreza que la de leer ciencia y filosofía, política, economía e historia. ¿Cómo es posible? Naturalmente, puede ocurrir que la gente se autoengañe sobre su capacidad para leer novelas inteligentemente. Es verdad que durante la enseñanza de la literatura y las prácticas del lenguaje, nos encontramos con muchas personas cuando se les pregunta qué les ha gustado de una novela se quedan calladas. Saben perfectamente que les ha gustado, pero no pueden explicar por qué ni qué contiene el libro que les haya proporcionado placer. Esta circunstancia podría indicar que quizá haya buenos lectores de ficción que no son buenos críticos, pero también puede ocurrir, en el mejor de los casos, que se trate de una verdad a medias.

La lectura crítica de cualquier texto depende de la plenitud de la comprensión, y quienes no pueden decir qué les gusta de una novela seguramente no la han leído por debajo de la superficie más visible, es decir, posicionadas en el primer o segundo nivel de lectura. Adller sostiene que: “Cuesta más trabajo analizar la belleza que la verdad.”, Lo que trata de decir es que disfrutar del texto es más sencillo que tratar de buscar qué elementos o estrategias se utilizaron para generar ciertos efectos o desarrollar ciertos temas.

La lectura activa y comprensiva, entonces, para los textos informativos y los textos ficcionales debe ser diferente. El lector del primer tipo debería mantener la actitud de un ave de presa, siempre al acecho, dispuesto a saltar. La clase de actividad apropiada para leer poesía y narrativa difiere de la anterior. Es una especie de acción pasiva, si se nos permite la expresión, o de pasión activa. Al leer una narración hay que actuar de tal forma que la dejemos actuar sobre nosotros, conmovernos, hacer lo que quiera en nuestro interior. Debemos abrirnos a ella.

Esta actitud no quiere decir que la literatura imaginativa sea siempre o esencialmente escapista, que nos evada de la realidad, términos peyorativos en su sentido más extendido. Porque en el caso de la literatura, si bien podemos pensar que nos traslada a otra realidad, ésta busca más profunda o más amplia, porque es la realidad de nuestra vida interior, de nuestra visión propia y única del mundo, cuyo descubrimiento nos hace felices: la experiencia es profundamente satisfactoria para una parte de nuestro ser a la que normalmente no tenemos acceso.

La diferencia fundamental entre literatura imaginativa y la informativa desemboca en otra. A causa de que sus objetivos son radicalmente distintos, en estos dos tipos de escritura se emplea el lenguaje de diversa forma. La lógica de una obra de ensayo, por ejemplo, tiende a un ideal de lenguaje explícito, sin ambigüedades. Nada debe quedar entre líneas, y todo lo que es relevante y enunciable debe decirse lo más explícita y claramente posible. Por el contrario, la escritura imaginativa se apoya tanto en lo implícito como en lo que se dice. La multiplicación de las metáforas pone casi más contenido entre líneas que en las palabras que las componen. El poema o la narración en su totalidad dicen algo que no dice ni puede decir ninguna de sus palabras. De este hecho deriva la siguiente norma: en la literatura no hay que buscar términos, proposiciones ni argumentos, tales elementos son instrumentos de la lógica, no de la poesía.

Obviamente, se puede aprender de la poesía y la narrativa, y quizá sobre todo del teatro, pero no de la misma forma que nos enseñan los libros científicos y filosóficos. Así como se puede aprender de la experiencia, de la experiencia que tenemos en el transcurso de la vida cotidiana, del mismo modo, también podemos aprender de las experiencias de otros, creadas artísticamente, que la ficción produce en nuestra imaginación.

Adler, entonces, propone una última regla: “no criticar las obras de ficción con los criterios de verdad y coherencia que se aplican a la comunicación de conocimientos. La «verdad» de una buena narración radica en su verosimilitud, en su credibilidad o probabilidad intrínsecas. Puede tratarse de una narración creíble, pero no tiene por qué describir hechos de la vida o de la sociedad de una forma verificable mediante la experimentación o la investigación”.

Finalmente, el autor, propone una serie de consejos para leer literatura:

-        leer con rapidez y sumergiéndose en ella por completo;

-        el lector no debe condenar algo que hace un personaje antes de haber comprendido por qué lo hace, y aun si lo entiende debería pensárselo dos veces;

-        los términos de una narración son sus personajes e incidentes, el lector debe familiarizarse con ellos, ser capaz de distinguirlos;

-        no podemos esperar recordar a todos los personajes; muchos de ellos sirven de simple telón de fondo, como respaldo de las acciones de los protagonistas;

-        "al criticar una obra de ficción hemos de tener cuidado a la hora de distinguir entre los libros que satisfacen nuestras propias necesidades y los que satisfacen las profundas necesidades subconscientes de casi todas las personas, es decir, los que abordan los famosos temas “universales”;

-        finalmente, termina de afirmar que los personajes no tienen vitalidad fuera del libro, y lo que un lector imagine sobre lo que les ocurre antes de la primera página y después de la última puede ser tan interesante como lo que imagine cualquier otro. En realidad, tales especulaciones son absurdas.

Esta última afirmación hoy podría cuestionarse. Hoy sabemos que los spin off y la fan fiction muchas veces son tan o más relevantes que la obra que les dio origen. Desde este rincón agregamos que las obras que nos dejan deseando más son aquellas que más nos han interpelado y que probablemente sean las que más nos enriquezcan y abran nuestros horizontes.

Los niveles de lectura que se mencionan son una guía acerca de cómo encaramos los textos. Es verdad que el tiempo, el interés, ciertas necesidades, etc. modificarán la profundidad de nuestras lecturas. Sin embargo, está bueno pensar de qué manera nos posicionamos al encarar una obra y con qué actitud, y, por supuesto, si nos planteamos interrogantes, si podemos dar cuenta de aquello que hemos leído y si nos generan nuevas preguntas e ideas.



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