Yo sé que este es un espacio de literatura pero también es un espacio de educación. Es miércoles. Acabo de terminar en una hora el libro de Chimamanda Ngozi Adichie Querida Ijeawele: Cómo educar en el feminismo. Este es el primer momento verdaderamente mío en el último año y medio, es decir, desde que fui madre. No es que me haya dejado de lado. NO. Simplemente ocurre. Pero los pocos momentos libres en que puedo hacer algo para mí no sólo son contados, sino que tienen un tiempo muy acotado: los límites temporales del trabajo y el jardín maternal.
El libro de Chimamanda es afectuoso, destacable
y, obviamente, feminista. Adhiero a todo lo que propone, o por lo menos a la
gran mayoría. Pero siento que no me ha dicho nada nuevo, que, simplemente, ha
confirmado lo que yo ya pensaba. Me parece hermoso para una mujer que quizás
nunca se ha acercado al feminismo, pero poco enriquecedor para quienes lo
transitamos, para quienes el feminismo es un modo de vida.
Cuando supe que estaba embarazada, me dediqué a
estudiar. Siempre creí que la mejor forma de enfrentar situaciones nuevas es la
información. Lovecraft sostiene que lo desconocido es el miedo primigenio que
activa todo nuestro instinto de supervivencia, pero huir y paralizarse durante
un embarazo no son opciones, por lo que lo único que queda es enfrentarlo. Y
como no tenía intención de un ataque porque yo misma me había puesto en esa
situación (yo quería una criatura, mi pareja también y la buscamos), supuse que
la mejor arma contra lo desconocido (me atrevo a decir, lo siniestro, lo normal
que deja de ser familiar, el famoso unheimlich)
es volverlo familiar, conocido.
En aquel momento, había salido (mal)educadas de Florencia Freijo – que
me pareció un libro maravilloso en términos históricos porque hace un rastreo
de cómo se naturalizaron ciertas pautas culturales de género, cuáles se
quedaron, cuáles se trasformaron, cuáles se introdujeron y cómo – y lo compré
automáticamente. Ya en pandemia había comprado muchísimos libros de educación
(quizás tendría que sentarme y compartir un poco de eso también). Y, además, un
amiga que es más previsora que yo, me pasó libros sobre maternidad, embarazo y
crianza en pdf. Tuve nueve meses para prepararme para la situación, pero tan
sólo cinco para asimilar que el bebé iba a ser varón.
Y acá quiero llegar a mi punto, a mi
incomodidad con el libro de Chimamanda Ngozi Adichie, y con muchos de los
textos de crianza feministas: están pensando en mujeres criado niñas, y no en
mujeres criando niños o niños y niñas a la vez.
Yo nena, yo princesa no es un libro de crianza, pero sí
es un libro que te hace pensar acerca de las masculinidades en la primera
infancia y cuán doloroso para la familia es tratar de hacer encajar a la
criatura en un estereotipo de género que nada tiene que ver con la criatura que
nos tocó en suerte. Tal vez, sea porque es un caso muy específico con una madre
muy atenta (porque deben ser muchos los casos, más de los que se ven y porque
no todas las familias tienen el ojo y la cintura para detectarlos y manejarlos)
que permite ponernos en perspectiva, pero aun así no refleja el común de las
crianzas.
Hace poco en Instagram vi los embarazos de Malena
Pichot y Mariana Petraca, mujeres súper empoderadas y militantes que se habían
convertido en “madre de varón”. Y tomo la frase porque con todo o ningún
sarcasmo aparecían escritas estas palabras en sus posteos. Quizás es algo
genracional, pero ¿qué quiere decir ser madre de varón?
Cuando supe que mi bebé era varón, sentí cierta
desilusión, creo que estaba esperando que fuera nena, justamente para mostrarle
cómo era el mundo y para empoderarla. En cambio, parece que el universo se
esfuerza por hacernos enfrentar un reto mayor: transformar a un ser que
socialmente estará empoderado (porque quien ve a mi hijo no puede pensar en un
bebé más hegemónico) en un ser empático, sensible, atento a las demás personas
y que cuestione sus privilegios de género sin coartar su identidad y su ¿poder?
¿vigor? ¿status social por default?
Me cuesta mucho pensar en cómo educar a mi hijo
varón con consejos y premisas. Por lo pronto, pienso en criarlo en el cariño,
en el respeto, en la libertad… Y así como tratamos de evitar el uso de ciertas
palabras y frases hechas para las niñas, también debemos pensar en cuáles están
destinadas a moldear a los niños. Pareciera que es muy pronto para pensarlo
porque tiene apenas un año y medio, sin embargo, somos su padre y su madre
quienes damos el ejemplo. Obviamente, se nos escapan algunas cuestiones que lamentablemente
tenemos naturalizadas; sí discutimos por trabajo y por tareas domésticas, por
su distribución y por la forma de resolver los obstáculos que se presentan en
ambos contextos. Considero que discutirlos ya es un montón. Nuestro hijo
crecerá sabiendo que cualquier situación que no sea equitativa o no se sienta
justa habrá de discutirse y que siempre la palabra y el afecto logran
soluciones.
Hoy veo a mis alumnas empoderadas, rompiendo
muchos de los corsés que a mí me limitan. Pero también veo a mis alumnos
reactivos ante esa feminidad. Eso, a mi criterio, es una muestra de cómo las familias
feministas hemos progresado en una dirección en desmedro de la otra.
He hecho diplomaturas en ESI, en educación emocional
y en narrativas infantojuveniles, y todavía no logro hallar un texto sobre
masculinidades que me convenza. El camino de la deconstrucción masculina va muy
lento y las mujeres feministas tenemos que empezar a ver cómo criamos a las
nuevas masculinidades para acelerar el proceso. Sin embargo, doy crédito a
Chimamanda cuando dice que podemos seguir todos los consejos y, aún así, no
salga todo como una lo espera porque la vida tiene sus cosas.
Agustina
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