Ceci n’est pas un disclaimer
Hoy es el día del trabajador y la trabajadora (¡Feliz día, gente!) y si bien me levanté temprano para subir el maravilloso
trabajo de Dany sobre la poesía de Borges para cerrar una gran semana con
poemas argentinos contemporáneos, de repente me pareció que no; que tenía que
decir algo sobre la docencia, nuestro trabajo, el principal, el que nos da de
comer, el que nos come la cabeza y nos hace llorar, pero al mismo tiempo no
deja de darnos todas las alegrías del mundo juntas en un “¡Gracias, profe!”. Y
es el mismo trabajo por el cual nos dan una rimbombante nomenclatura de “ESENCIAL”,
mientras por el otro lado nos culpan de todos los males de la infancia y la
juventud y ningunean nuestra tarea, nuestra salud y nuestro rol social.
Y digo que la culpa de todo la
tienen los griegos por dos motivos: porque para los griegos trabajar era de
esclavos, y educar no era un trabajo, porque pensar era de sabio, rico y
ciudadano libre; pero ahora educar es un trabajo, y podremos ser ciudadanos sabios
pero de ricos, nada, y encima en mi cabeza suena la voz de Homero diciendo “trabajo
muy duro, como un esclavo, hey”; y porque se mataron haciendo del género
dramático un espacio de reflexión para el pueblo, donde la empatía con el héroe
o la heroína de la historia los llevara a la catarsis, es decir a purificar y
elevar el espíritu, y lo máximo que alcanzaron fue hacer que un par de
ricachones lloren con La sociedad de los
poetas muertos y miraran la primera temporada de Merlí y te recomendaran, solo por ser docente, Dans les mures (que obviamente no
vieron) y te hablaran de los problemas estructurales del sistema educativo.
No voy a habar particularmente
del problema que nos aqueja a los y las docentes sobre la presencialidad o no
en las aulas o los actores sociales dentro de ellas porque ya han corrido ríos
de tinta y porque algunas notas analizan muy bien ciertas cuestiones pero no
puedo evitar posicionarme en algunas de ellas. No obstante, quisiera
invitarles a tener una prueba de docencia mirándose unas pelis y un par de
series. Las que todos conocen, pero con otros ojos. Para que los griegos de la
antigüedad no se retuerzan tanto en sus tumbas.
Motivaciones
Primera ley de la educación:
quienes decidimos dar clases lo hacemos por dos motivos, amor a la disciplina
que elegimos estudiar y el deseo arrasador de querer cambiar la educación para
que los y las estudiantes tengan una experiencia mejor a la nuestra.
Para aquellos que “el que sabe,
sabe y el que no, enseña”, les cuento que, tanto en nivel secundario como
universitario, la docencia puede ser un segundo trabajo del profesional, algo
que se hace por vocación, prestigio, tener un ingreso extra, etc. Otras
personas lo hacen porque el horario laboral es muy compatible con la vida ya
que da muchas satisfacciones y te da tiempo para ver el sol. Yo creo que hay
gente que habla de envidia, porque entra a trabajar entre las 7 y las 9 y sale
de su laburo en el mismo rango, pero de la tarde noche, lista para dormir y
entrar en un ciclo de explotación infinita que solo es interrumpido por el
asado del domingo.
Segunda ley de la educación: El aprendizaje es permanente. Lo bueno del sistema educativo es que te actualiza permanentemente, y si no te actualizás vos, te actualizan a la fuerza tus estudiantes.
Las series de médicos pueden ser un buen ejemplo de estas dos cosas. Muy a mi pesar (pero ahora no tanto), mi pareja mira al Dr. Max Goodwin (con ese nombre tan cliché no puedo más que sufrir) en New Amsterdam, donde los médicos por una parte enseñan a los residentes (internos dicen en inglés y en el subtítulo) pero también aprenden de ellos; como es el caso del Dr. Floyd Raynolds que, gracias a las insistentes sugerencias de su peculiar interno, incluso ya consagrado como jefe de cirugías, sigue mejorando.
Una dosis de realismo
En todas las películas y series los
profesores y las profesoras entran con el afán de transformar la institución en
la que son contratades, si esta es muy conservadora, o de transformar la vida de sus
estudiantes si se ve que no la están pasando bien. En la gran mayoría de los
casos, todo sale mal. En general, son estudiantes y familias quienes reaccionan
al cambio y todo termina en la renuncia o expulsión de la o el docente.
En La sonrisa de Monalisa o En
la sociedad de los poetas muertos se cae de maduro. Todos y todas lloramos
ante esta terrible injusticia, sentimos que esto no debería ocurrir y, sin
embargo, es lo que ocurre. Si el profesor o profesora no es echado es que algo
raro hay: es profesor de algún deporte o de algo menos jugado: baile, por
ejemplo, como en esa peli de Antonio banderas donde bailan un tango raro.
Por algún motivo, pareciera que
en estas materias se puede experimentar sin que se vea comprometida la
educación de las criaturas, no obstante, puedo asegurar que es en el deporte, y
sobre todo, de equipo donde más se aprende: los valores como la
responsabilidad, el compañerismo, el respeto a la experiencia, la solidaridad,
el esfuerzo, la perseverancia, la tolerancia al fracaso, etc. los aprendí
jugando al vóley, no en catequesis (o formación religiosa como le dicen ahora),
no en construcción ciudadana (antes se llamaba cívica), no en una materia
azarosa como “enseñanza en valores”, no bajo la premisa de la educación
emocional.
Me pregunto, entonces, qué piensa
realmente la gente que aprenden sus hijos e hijas de nosotros y nosotras,
trabajadores de la educación.
¿Y las familias?
No me voy a poner a hablar de
esto porque, tercera ley de la educación: el equipo docente tiene familia. Por
algún motivo esta obviedad es omitida siempre. Y por otra parte Revista Anfibia
hace un buen análisis que pueden leer en http://revistaanfibia.com/ensayo/las-familias-pueden-definir-las-politicas-educativas/.
Pero es verdad que las familias del alumnado parecieran tener mayor peso que
las de la totalidad de la comunidad educativa (que incluye al personal docente,
no docente y equipo directivo también)
¿Y el futuro?
Algo bastante desesperante es el
final de la 3ra temporada de Merlí.
No mucha gente vio esta temporada. La entiendo, porque ese profesor que es maravilloso,
que hizo tanto por les pibes y que es recordado con tanto amor, no puede menos
que tener estudiantes de la misma calaña; y, sin embargo, está quien tuvo
éxito, quien no, quien decidió seguir los pasos del docente y quien no, quien
trabaja de lo que estudió, quien no, quien siguió lo que le gustaba y quien,
no.
Esa dosis de realidad es la que
pareciera sacarle impacto al final. Sin embargo, la educación, si bien es un
trabajo, no es una industria. El alumnado no es un producto. No viene alguien a
decirnos que se necesitan arquitectos, elegimos un par de alumnos a los que
queramos instruir, los hacemos seguir arquitectura y “pumba” acá tiene los
arquitectos que me pidió. Y esto es así porque trabajamos con personas, con
emociones, experiencias y libre albedrío. Porque no importa cuán científica sea
el área del docente, la educación no deja de ser una ciencia social.
Antes, las reinas del cine éramos las sociales
No voy a discurrir en cuanto me desagradó la docente de literatura de El desorden que dejas, que parece un manual de todo lo que NO debe hacer el o la docente. Pero es verdad que Arte, Literatura, Historia y Filosofía siempre han estado entre las ideales para mostrar cuán posible es el cambio en la escuela ya que desde el pensamiento crítico, la empatía, la analogía, la creatividad y la reflexión, pueden motivar el cambio. Sin embargo, es un cambio pequeño en una institución en un mar de disciplinas y burocracia.
Hoy, las ciencias tienen la voz cantante
y es algo que se puede observar en Stranger
things y en Anne with an “E” (de
la cual ya hemos hecho algún análisis en https://rinconeduylit.blogspot.com/2020/11/anne-with-e-educacion-lectura-y-afecto.html),
entre otras. La innovación tecnológica se estaba constituyendo como la
promotora de la transformación educativa y ha sido esta pandemia la que lo ha confirmado. Quizás
sea importante destacar que son los y las docentes, como Mr. Clarke en Strangers things, los que buscan motivar
la curiosidad en sus estudiantes dentro y fuera de clase, y quienes buscan
comprenderlos por más difícil o extraño que pueda ser lo que tienen para decir.
¿Y ahora qué?
Y ahora nada. Simplemente, en
este día del trabajador, reconozcan el valor de quienes contribuimos con la
esencial tarea de educar y díganos “¡Feliz día!”.
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