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Susceptibilidad y censura: dos problemas actuales que habría que empezar a hablar.

 Cancelación y Censura: lo que se viene hablando

Hará una semana leí una nota bastante inquietante en Infobae, entre otras, sobre la censura de clásicos en algunos lugares de los denominados “primer mundo” (https://www.infobae.com/cultura/2022/01/27/crece-la-cultura-de-la-cancelacion-universidades-britanicas-advierten-sobre-libros-de-harry-potter-y-la-novela-1984/), En la nota dice que cierta universidad de Gran Bretaña “advierte” que hay “examinar” o “prevenir” a los y las estudiantes sobre el contenido de ciertos libros porque  “puede conducir a conversaciones difíciles sobre género, raza, sexualidad, clase e identidad” o su contenido puede resultar “ofensivo y molesto”.

Paradójicamente, los libros mencionados, justamente, son críticas a esos temas. En Harry Potter, una de las sagas bajo la lupa, se muestran las consecuencias de la persecución racial (magos que rechazan a los no-magos con poderes por considerarlos ‘sangre sucia’) y de cómo la perpetuación del odio trasciende a las generaciones si ciertas cosas no son habladas; porque el gran problema de esta sociedad construida por Rowling es que hay cosas que NO pueden ser nombradas, la zona prohibida de la biblioteca, la censurada, es la más atractiva y la que puede ayudarlos a defenderse de un mal, pero la más temida porque se cree que si alguien aprendiera eso efectivamente iría a hacer el mal. La sociedad se sostiene bajo la paranoia y no sobre la confianza. Sin embargo, ahí aparece Dumbledore, un mago que entiende que brindar conocimiento, nombrar las cosas por su nombre y confiar en los otros y las otras son las claves para una sociedad mejor.

Entre los libros mencionados en las notas se encuentran otros clásicos y no tan clásicos pero que tienen de común denominador gobiernos totalitarios que censuran y reprimen y hunden a los ciudadanos y ciudadanas en la desesperación. En Los juegos del hambre un gobierno totalitario esconde la verdad sobre el distrito 13 y castiga al resto de los distritos con escases, violencia y miedo; en 1984, la verdad es modificada para que siempre la historia le dé la razón al Gran Hermano, dudar de él equivale a la muerte y, nuevamente, la escases, el miedo y la violencia mantienen a raya al continente de Oceanía. Y algo similar ocurre con V de Vendetta. Y en cuanto al problema de la comunicación y la dificultad para enfrentar temas hostiles, esto se trabaja en Mouse, obra censurada en EE.UU.

Muchas veces los libros nos muestran el horror justamente para que por medio de la empatía lo rechacemos. Los personajes no abrazan el horror, sino que buscan, con más o menos éxito, tratar de superarlo. Está en las y los lectores tratar de ver qué otras posibilidades pueden trascender esos finales que nos son propuestos, esas realidades que a veces se parecen mucho a la nuestra y otras, no.

¿Y por casa cómo andamos?

Pero si de censura se trata, acá no es que vengamos mejor. En 2012 se dispararon las ventas de El eternauta tras la resolución del gobierno porteño de prohibirlo en las escuelas. Esta vez no por su contenido sino por lo que simbolizaba para cierta porción de la población la obra. Oesterheld es un desaparecido de la dictadura. Dictadura que, aún hoy, genera polémica dentro de la población. Sin embargo, el problema fue que una agrupación política había utilizado la emblemática figura del protagonista y, en lugar de separar el ingenio de la obra, se subsumió a la obra a la ideología profesada por la agrupación (https://www.lacapital.com.ar/edicion-impresa/la-censura-disparo-las-ventas-el-eternauta-n519750.html y https://www.infobae.com/2012/08/25/666756-el-problema-no-es-el-eternauta-sino-que-usen-el-nestornauta-adoctrinar/?outputType=amp-type).

El año pasado una comunidad religiosa entera fue tras El reino. Hoy, la obra que genera polémica es El marginal que, desde el género dramático, pone en escena una cárcel ficticia atravesada por el imaginario social argentino e individual de quienes la dirigen apoyándose en obras previas como Tumberos. En una nota reciente de página 12 (https://www.pagina12.com.ar/398389-el-director-de-el-marginal-alejandro-ciancio-se-defiende-de-), Alejandro Ciancio comenta que muchas de las críticas van en el tono de “no es así la vida en la cárcel” o en la tónica de por qué no cuenta la obra de otra manera. A lo que responde “No es un recorte real de la realidad carcelaria. No se está queriendo hacer un documental sobre la realidad carcelaria argentina.” Y habla de que hay una finalidad estética “la obra tiene que doler”. Cuando leo cosas cómo esta me preocupa que se le exija fidelidad con la realidad a algo que por definición se aleja de ella. De hecho, Oscar Wilde decía que no había mérito dentro de la literatura, dentro de las artes, en poder llamar pala a una pala. Las artes tienen que estar ahí para otra cosa, que el director de El marginal, como buen artista, entiende: “Hay algo de la función del audiovisual, del arte, de contar una historia, que es generar preguntas y nos cuestione sobre cómo estamos haciendo las cosas en la vida real.”

Desde las aulas más de una vez hemos contado de qué manera los y las docentes de prácticas del lenguaje y literatura debemos enfrentarnos a algún requerimiento no muy amigable por parte de alguna familia porque tal o cual obra es “violenta” (¿cómo dar géneros como terror y policial, entonces?), o tiene contenido “sexual” (para las familias puede ser lo mismo un beso, la “primera vez” y una “orgía”) o se menciona la “droga”. Y a veces no es nada de esto, simplemente es que le tocó una vena sensible a alguien. De ahí que surgiera nuestro artículo https://rinconeduylit.blogspot.com/2021/11/por-que-ensenar-literatura-fantastica.html

Pero no sólo por un texto de terror he escuchado quejas. He escuchado comentarios negativos de Cometierra, el libro de Dolores Reyes que pone en el foco a los femicidios, sólo porque en un capítulo hay una escena explícita de sexo entre la protagonista y su novio. Como si el sexo no fuera explícito siempre. Como si el sexo consensuado fuera lo innombrable y sólo se pudiera hablar del teñido de violencia, el de la violación. Ahí es cuando me pregunto ¿qué quieren las familias que le enseñemos a sus hijos e hijas?

También he escuchado quejas sobre Las viudas de los jueves de Claudia Piñeiro por la escena en que el hijo de los Scaglia aparece fumando marihuana con un empleado del country. La escena justamente es una crítica a la hipocresía de algunas clases que consideran que la droga es sólo de pobres, que a ellas no las toca, y si las toca, no tiene la misma connotación que con el resto. La escena por si sola, para muchas familias, tiene más peso que todo el raconto histórico que hace la obra sobre lo vivido desde los ’80 a los 2000 y la crítica social que hace.

Lo peor es que pareciera que el único argumento para no hablar de determinados temas es que no somos docentes de biología o historia o lo que sea, según el caso, como si no fuéramos sujetos sociales, históricos y biológicos por nuestra cuenta.

Pero la susceptibilidad no termina ahí: una madre muy religiosa pide que se cambie El diablo de la botella de Stevenson porque va en contra de sus creencias, una alumna vegana pide leer otro libro que no sea Cadáver exquisito de Basterrica porque hay maltrato animal, una familia dice que la elección de cierto cuento es una porquería porque se muere el padre del protagonista y ellos, justo ese año, pierden a un familiar… Y acá hago una aclaración: es verdad que no a todo el mundo le tiene por qué gustar lo mismo, pero me parece que el error en el que se incurre es en el de tomar como personal el contenido de las obras literarias y, por qué no, de cualquier obra artística.

Las y los autores siempre tienen en mente un público ideal. Cuando los libros llegan a la escuela se busca por un lado dar los contenidos propuestos por el ministerio, como ser, fantástico, ciencia ficción o policial, pero por otro se busca hacer atractiva la lectura a los y las estudiantes, más allá de si coinciden con lo que sus autores pensaron inicialmente. Entre darles un texto del 400 a.C., uno de 1950 y otro del 2000 para adelante, o que, entre una traducción peninsular y un libro hecho en nuestro país, creemos, quizás erróneamente, quizás no, las últimas opciones son las más amigables, y en cursos sumamente numerosos no es posible contentar a la totalidad y mucho menos prever desde principio de año qué les puede ocurrir quienes conforman el grupo o que preferencias, gustos, ideas o cambios pueden percibir a lo largo del año. Créanme que, si pudiera, probablemente hay decisiones que no habría tomado, y claramente tendría menos errores y torpezas.

¿Qué es lo que censuramos cuando censuramos?

La censura generalmente se da porque hay algo que nos incomoda, o porque no conviene que se diga. Las instituciones educativas tienen la obligación de generar pensamiento crítico. Para las familias puede resultar incómodo que las criaturas les vengan a cuestionar lo que les quieren inculcar, pero, a mi criterio, ese cuestionamiento no debe ser visto como un problema, sino como una oportunidad para intercambiar ideas y reflexionar; la edad sola no nos hace más sabios y sabias, y ni el estudiantado, ni sus progenitores, ni el equipo docente (que de hecho suele ser muy diverso) es depositario de la verdad, pero podemos construir consensos.

Que los gobiernos o instituciones que operan como parte del aparato ideológico del estado censuren, implica que nos quieren sumisos y sumisas, que nos quieren callados y calladas, o peor, que nos quieren indiferentes a los problemas del mundo.

Que nos hagan ruido la violencia, ciertas formas de vinculación sexoafectiva, el maltrato animal, las drogas, ciertas formas de ejercer el poder, ciertas formas de manejar la información, etc. habla de nuestra sensibilidad. Es interesante enfrentarnos a ella para fortalecernos, para pensar soluciones, para transformar la realidad. En lógica negar algo, es también afirmarlo. No querer ver aquello que nos afecta nos hace cómplices. En lógica, cuestionar algo, lo desestructura completamente. Cuestionar la realidad es la única manera de modificarla.

Voldemort

Nombremos las cosas por su nombre, perdámosles el miedo, no les transmitamos a los y las jóvenes nuestros prejuicios y conflictos personales, y dejémosles hacer sus propias experiencias. Permitámosles debatir entre ellos y ellas, y confrontarse a quienes están frente a ellos y ellas detentando la autoridad. Siempre desde el respeto y dispuestos y dispuestas a oír.

Finalmente, aprendamos a separar las obras de sus autores y autoras, y de quienes las acercan. Orwell era homofóbico, como la gran mayoría en su época, pero no por eso su obra es menos buena. Rowling es transfóbica pero le dio lugar a otras identidades en consonancia con el contexto en el que escribió su saga. Borges tenía un pensamiento de ultraderecha y no por eso sus textos van a ser menos trascendentales. Todo está en darle a cada cosa su lugar.

Lo mismo ocurre con los y las docentes. Muchas veces las obras son elegidas en función de un trabajo interdisciplinario con algún colega, o tenemos que dar un género que no nos interesa simplemente porque está en la currícula y no necesariamente comulgamos con el contenido. Sin embargo, las obras están a disposición. Por ahí pasan sin pena ni gloria. Por ahí nos abren la cabeza. Por ahí nos invitan a buscar otras. Y algunas, sólo algunas, pasan a formar parte constitutiva de nosotros y nosotras. Si cancelamos, si censuramos, nunca lo vamos a poder descubrir. 



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